Normalmente, la calle es de los ciudadanos para que la usamos con decencia, y en caso contrario, el Gobierno, cuyo delegado es el Ministro del Interior, es el que ha de mantenerla en perfectas condiciones de uso. No está siendo así desde el 15M y Rubalcaba, ese nefasto político que no hace nada más que medrar para sí y que debiera ser el amo del cortijo, se esconde y con vanas frases se escabulle, que para ello es una verdadera rata. La calle, ahora, no es del ministro, y un ministro de Interior que no sea el dueño de la calle ni es ministro ni es nada; y lo que debe es dimitir de una vez por todas. De esta manera, se quita de un plumazo el atosigamiento que se le hace de una de las faltas más ignominiosas que puede hacer una persona, y que, presuntamente, ha cometido, entre otras: el Faisán. Pero aunque dimita se le seguirá echando en cara el presunto acto de antiespañolismo y se intentará, por todos medios, que se le condene junto con los que están presuntamente implicados en este repugnante e inmundo acto. De otra parte, el otrora presidente González, más vale que se esté calladito, que tiene más que callar que decir. Tiene sobre sus espaldas un rosario interminable de actos no merecedores de medallas. Así que a callar, Felipito.