Disculpen las molestias si ofendo, pero la avaricia me obliga a abrir la boca, sacar la lengua y tender las manos. En Cáceres llueve dinero. Y es muy probable que esta lluvia de euros provocara en su día el apagón de las 40.000 velas que nuestro ayuntamiento, culto e innovador donde los haya, dispuso en desordenada hilera –por lo innovador del desorden, se entiende- que casi nadie quiso encender. ¿He dicho quiso? Disculpen de nuevo, debí decir que casi nadie pudo encender. En mi opinión, no se esforzaron lo suficiente. Los cacereños, erguidos ellos, incapaces de soportar una pequeña quemazón en sus pulgares, no participaron de esta velada innovadora que exigía nuestra participación –por lo innovador de la participación, se entiende-. Quizá, si el innovador que trató de alborotarnos con tanta cultura, hubiera dispuesto en desordenada hilera euros en vez de velas.Y aún así, habría cacereños, incrédulos ellos, que no hubieran abierto la boca, ni sacado la lengua, ni tendido las manos. Porque a nadie se le hubiera ocurrido pensar que nuestro ayuntamiento, culto donde los haya, despilfarraría en desordenada hilera unos cuantos miles de euros que mejor estarían en … que no tirados por el suelo. Así que terminaré como empecé, disculpándome por olvidar en su día que las cosas valen dinero. Yo, que llego de fuera, sí que me quemé pensando que la innovación residía en el dolor. Y no he encontrado mejor forma de expresar mi dolor que quejándome. -Esto te pasa por moderna.- se burló mi madre mientras me ponía el dedo bajo el grifo.-Y tú más.- escupí yo. En fin, me ha costado, pero parece que me están acostumbrando a eso de volver a Cáceres… y a casa.