La Fundación Eugenio Hermoso-Legado Rosario Hermoso reúne en Fregenal de la Sierra entre lienzos, dibujos y recuerdos personales una colección de casi trescientas obras del artista, realizadas durante la primera mitad del pasado siglo XX. En su casa-museo, junto a la Fontanilla y muy cerca de la fuente de María y Miguel, hacia el camino de la ermita de la Virgen, se plasma el testamento de Rosario Hermoso, cuya herencia pertenece a su pueblo en memoria de su padre. Hermoso fue un pintor que apostó por vivir y trabajar por y para el arte, en un tiempo de contradicciones por el revulsivo del cambio de las modas al uso. Por esto, Fregenal, un pueblo orgulloso de sus tradiciones pero siempre abierto al futuro, constituye el mejor escenario para mostrar y sacar a la luz la obra de un pintor que hizo de su vida sin quererlo una leyenda. Bajo el matacán del arco apuntado de la entrada del castillo de Fregenal luce el escudo templario que nos habla de sus orígenes. Adosada a la fortaleza se encuentra la iglesia de Santa María, la más antigua, con los balcones de su casa rectoral a la plaza. De extraordinario interés artístico, el retablo mayor de Santa Ana es de talla policromada y dorada con relieves y esculturas exentas, distribuidas en calles verticales y horizontales sobre el cuerpo central. De estilo distinto de las anteriores, la parroquia de Santa Catalina guarda en su ábside el Cristo del Perdón que se relaciona con la escuela de Martínez Montañés y las imágenes de la Virgen con el Niño y la Piedad que se atribuyen a Mercadante de Bretaña. Ahora, hoy como ayer, siempre, Fregenal levanta sus estores en honor y al paso de Nuestra Señora Santa María de los Remedios así lo vimos durante la celebración del centenario de su coronación canónica. Eugenio Hermoso es uno de los pocos artistas contemporáneos que hace que su pintura hable con el pasado, que logra la fusión entre dos mundos. Moderno y renacentista al mismo tiempo, en su Museo la mirada del viajero podrá contemplar desde los primeros autorretratos de carácter romántico hasta los últimos que remata con un expresionismo exacerbado. Son seis décadas de creación incesante en las que el arte se desangró y renació de sus cenizas. Una realidad que sufrió en sus propias carnes, un mundo cruel y grotesco que sólo al final reflejó en sus obras porque no pudo contener más su grito de dolor. Desde un principio apostó por el realismo figurativo, constructivista, que cuenta historias, ilustra leyendas y resucita mitos, que inventa paisajes, espacios y tiempos, que borra y vuelve a empezar como el artesano que conoce su oficio y domina la técnica y el saber hacer. Claro que coquetea con el impresionismo, pero nunca copia lo que está viendo sino que lo recrea según su idea de la realidad y de su experiencia, en una mezcla de elementos y motivos donde el factor humano resulta fundamental. Por la fuerza de los colores y las motas luminosas que nacen de su paleta, sus imágenes penetran directamente por la vista en el corazón del espectador. Lo que en modo alguno dificulta el disfrute inteligente de sus cuadros. Independientemente del contenido de los mismos, la riqueza cromática nos atrae con tanta fuerza que lo espiritual se capta de manera espontánea y natural. La gracia de Dios se refleja en el titilar misterioso del fondo de los ojos de sus modelos, en las arrugas de las frentes cansadas de los hombres y las mujeres que llevó a sus lienzos. Rostros que alcanzan la sublime emoción de lo humano, trascendida la belleza hacia cotas amplias de eternidad. El pintor nunca olvidó su paso por Italia, como en Piero della Francesca sus colores son palpitantes y sus composiciones matemáticas y poéticas. La iconografía a la que recurre una y otra vez está extraída primero de la vida de la gente sencilla del pueblo y de sus propias obsesiones después. Cuanto de inconfesable aparece en el libro de su Autobiografía de 1955 obedece sin duda a las tirantes relaciones del pintor con algunos críticos y artistas, sobre todo con Eugenio D`Ors, que de vez en cuando le dedicaba sus glosas en el diario Arriba. Aunque cada lunes ocupaban sillones próximos en la Academia de San Fernando. No percibía, por otra parte, que precisamente las críticas, unas a favor - Manuel Abril, Camón Aznar, Lafuente Ferrari- otras en contra- D´Ors, Gaya Nuño- le colocaban en el centro mismo del debate, entre los faros creadores de su época. A su lado, su hija Rosario Hermoso optaba prudente por no echar nunca leña al fuego. Demasiado bien sabía que el arte es, sencillamente y ante todo, una fuente de emociones y de sentimientos. Que el valor de una obra, represente algo concreto o no, está en sí misma como juegos de líneas y formas, de volúmenes y colores. Asidua de Santa María, de Santa Catalina y Santa Ana, admiraba sus imágenes y retablos mientras recorría con emoción contenida cada rincón de las iglesias de Fregenal. Quienes recorran las salas del Museo Eugenio Hermoso observarán que los distintos retratos de Rosario Hermoso marcan siempre los ritos de paso, de la infancia a la adolescencia, de la adolescencia a la edad adulta, ritos que acompañan y favorecen la transformación de la modelo en musa, inspiradora de creación y de belleza. La Fundación Eugenio Hermoso/Legado Rosario Hermoso trabaja sin descanso para que este Museo sea pronto una realidad…Y sin duda sus estores se alzarán al paso de Ntra. Sra. Santa María de los Remedios.