La genética es amoral. No entiende entre el bien y el mal. Simplemente busca el camino correcto por los vericuetos de la vida, y aprovecha su insondable mecanismo, para poder así perpetuar la especie.

En un sórdido pacto con las fantasías humanas, se instala de igual manera entre ricos o pobres, altos o bajos, guapos o feos, gordos o flacos, justos o injustos, altruistas o materialistas...

La realidad social que diseñan sus portadores es indiferente, pues su cometido va por delante de las ingenuas bagatelas de la mente humana. Mantener viva la llama de la vida es su gran propósito. Nada le importa la cera consumida para tal fin. Un ansía infinita le ciega entre el camino del bien y del mal. Su insaciable vorágine se jacta de la muerte, pues aunque sus caminos son paralelos, nunca se encuentran.