La sinrazón de los cuerdos hace que existan las guerras. Siempre las ha habido y, me temo, que seguirán existiendo. Pero el summum de la crueldad, propiciado por ellas, lo estamos viendo en los bombardeos indiscriminados que se están produciendo en Alepo, la segunda ciudad en importancia de Siria, ya casi totalmente aniquilada. En concreto, me refiero a la guerra sucia que se está llevando a cabo con la destrucción de hospitales y una maternidad, con el claro objetivo de acabar con los heridos y con los profesionales que intentan, con escasos medios, salvar vidas, en medio del caos.

Esta táctica mata de manera indiscriminada y sin ningún tipo de código ético, sembrando de muerte, pérdida y dolor, la ciudad y otros territorios en guerra. Los conflictos bélicos son siempre un fracaso, tanto para vencedores y vencidos. El sufrimiento lo domina todo, además de los sentimientos de venganza y odio. Pero… ¿qué lleva al mundo a estar en guerra perpetua? Quizás la respuesta esté en nosotros mismos. Sin ir más lejos, hay reuniones en comunidades de vecinos que acaban como una verdadera batalla campal, ¿no es suficiente este dato para demostrar que no sabemos convivir, que hay en muchos un ánimo belicista, casi siempre latente, pero que, cuando aflora, muestra nuestra peor parte? Intentemos que nuestras miserias no sean la característica principal que nos defina, para evitar, en la medida de lo posible, la tragedia de las guerras.