Se ha inventado, hace poco, un pañuelo antipaparazzi que tiene la particularidad de que, por la noche, refleja la luz de los flashes de los fotógrafos y, como por arte de magia, desaparece la imagen en la foto resultante.

Está siendo utilizado por famosos internacionales que han visto en él una manera de escapar del intrusismo periodístico. La línea entre lo consentido y lo robado, cuando se trata de una imagen potencialmente vendible, es muy difusa. Según cómo sea la persona conocida, o bien se obsesiona por ocultarse de los fotógrafos, a toda costa, o, por el contrario, expone hasta las más pequeñas miserias de su intimidad, sin ningún pudor.

El problema surge cuando la voluntad del famoso no es tenida en cuenta, haciendo caso omiso de su criterio, para robar imágenes propias que él considera parte exclusiva de su intimidad. Algunos profesionales, equivocadamente, creen que quien ha “vendido” parte de su vida a la prensa está obligado a tolerar la intromisión continua en aquello que desea ocultar. Es difícil el equilibrio, en estas cuestiones, aunque no son pocos los artistas que ha logrado alcanzarlo, presumiendo de una relación envidiable con los medios de comunicación y siendo respetado por ellos. Desde luego, si no generase tanto morbo el querer saber las miserias del famoso, no sería un negocio tan boyante y, consecuentemente, no sería necesario escarbar en su vida. Pero me temo que cada vez es mayor el interés por el cotilleo y algunas caras conocidas, sabiéndolo, se encargan ellas mismas de no ocultar nada al público, para agrandar, de ese modo, sus cuentas corrientes.