Muchas voces, tanto chilenas como de la comunidad internacional, que enmudecieron de rabia y dolor el fatídico día que Salvador Allende revalidó con su sangre la honestidad de su compromiso, y que proclamaron su satisfacción cuando Augusto Pinochet abandonó un mandato sembrado de cadáveres en sus cimientos, hoy, como ayer, callan ante una injusticia secular ignorada y silenciada, demostrando con ello que cuanto más débil es la víctima, más falsos son los golpes de pecho de una sociedad hipócrita, oportunista y acobardada. Los Mapuches, en cuya existencia se representa la tragedia cotidiana de un Pueblo perseguido, sometido, esquilmado y agredido ya desde la colonización española, conserva a pesar de tanto sufrimiento el coraje, la dignidad y el respeto a la libertad que los han caracterizado durante toda su historia. Pero esos valores no gustan a quienes aspiran a la imposición de un sistema totalitario ni tampoco a sus siniestros mecenas, las poderosas industrias a las que gobiernos corruptos les venden para ser explotada la tierra que juraron proteger y por ende cuanto hay en ella: árboles, ríos, animales y hasta seres humanos. Las araucarias son incapaces huir cuando las talan para plantar eucaliptos el Río Bio-Bio no puede evitar su irreversible degradación con la construcción de varias centrales hidroeléctricas los pumas y los ciervos asisten impotentes a su extinción por la destrucción del ecosistema en el que habitan. Y los hombres, únicas víctimas con posibilidad de respuesta ante el criminal arrasamiento de su hábitat, se convierten en el blanco fácil de un aparato gubernamental represor que cuenta con el poder legislativo, judicial, militar y policial para otorgar carácter de ley a sus desmanes y garantizar el aplastamiento de cualquier acto de rebeldía aún pacífico. Esa es la realidad del Pueblo Mapuche, una Comunidad que en menos de siglo y medio ha visto reducirse sus tierras a una centésima parte que durante la pasada década y según datos del Gobierno chileno perdió un tercio de su población que por anularlos ni permiten que su idioma, el mapudungun, se enseñe en las escuelas de las ciudades que han sido y son encarcelados, torturados, secuestrados y hasta asesinados, todo desde unas instancias oficiales que han recuperado leyes vigentes durante la dictadura militar para poder arrestarlos y sojuzgarlos y que así, no interfieran en la proliferación de las industrias que aniquilan su territorio. ¿Es esto la tan cacareada "Aldea Global"?, patética manera de entenderla, sobre todo cuando al asomarnos a la ventana asistimos a la ejecución sistemática de nuestros vecinos y en vez de impedirlo, vamos a buscar la Visa para consumir en aquellas multinacionales que los matan.