No hace mucho he leído que la Audiencia de Vizcaya suspendió una pena de 4 años de prisión a un drogodependiente. Para que dicha sentencia fuese efectiva, el hombre no debía volver a delinquir. Su delito había sido recibir un paquete con 600 gramos de cocaína. Hay que decir que él estaba siguiendo, con aprovechamiento, el programa sobre adicciones de la cárcel, con clara voluntad de alejarse del mundo de la droga. La reflexión que yo hago es ésta: todos merecemos una segunda oportunidad en la vida y, en el caso de adictos que no han cometido delitos contra personas o bienes, el apoyo debe ser real y efectivo, con el objetivo de sacarles del pozo en el que están inmersos. Es más necesario rehabilitar personas que encerrarlas en cárceles, de las que suelen salir peor que cuando entraron. Cuestión aparte son las llamadas “condenas ejemplarizantes”, cuyo objetivo parece ser evitar que otros caigan en los mismos errores que el condenado o condenada. Podemos pensar en gente famosa, por la publicidad que se les da a sus casos, pero la mayoría son personas anónimas. Coloquialmente decimos que algo “sienta precedente”. Es expresión jurídica que se emplea en cualquier ámbito, actualmente. Pues yo diría que casos como el de esa sentencia suspendida al drogodependiente rehabilitado tendrían que “sentar precedente” y servir de aliciente para que otros sigan su camino. Quizás no podamos hacer que desaparezca la droga, pero algunas personas saldrán de ese mundo y podrán convivir en paz, y eso no es algo nimio.