Ateridos a la fría realidad de una pobreza sin piedad, amanece la misma situación, día tras día, para miles y miles de personas o núcleos familiares que no hace mucho se consideraban integrados en la sociedad de este país.

Al margen de los datos económicos, facilitados por los responsables gubernamentales y en los que no se deja de incidir en una lenta recuperación; lo cierto es que, cientos de empresas con peso específico siguen cerrando sus puertas, arrastradas por el efecto contrario de lo que se nos anuncia.

Decrecer mucho, jamás ha sido crecer un poco. No mientan con ese descaro. La realidad se vive en la calle y en los centros sociales de acogida. No dan abasto en atender demandas que encogen el alma del más fornido luchador por la justicia social.

Para recobrar de nuevo las fuerzas morales, económicas e incluso físicas, es necesario aplicar un pragmatismo que busque las consecuencias inviolables de aquellas ideas por las que, quienes deban aplicarlas, estén por encima de la doctrina de cualquier ideología política; que hoy son practicadas sin ningún éxito social, aunque sí manipulador.

Resurgir, volver a la vida. Podría ser un buen título para las aspiraciones de todas aquellas personas que deambulan por esa injusta realidad; y en especial para nuestros hijos, que se les van acabando las ganas de luchar por conseguir esa vida digna que tan repetidamente han estado oyendo en boca de familiares, centros de enseñanza y universidades.