La noche se hizo interminable. El viento batía sin piedad cualquier obstáculo interpuesto en su camino. Su murmullo llegaba a convertirse en un rugido irascible, insultante y ensordecedor.

La lluvia se alió con su meteórico compañero, en una rocambolesca noche de pasión. Lluvia y viento al unísono, danzaron sin tregua hasta el éxtasis. Con los albores del alba, se marcharon como dos posesos, dejando paso al amanecer.

El cántico de los madrugadores pajarillos daba la bienvenida a la cálida y esplendorosa mañana de primavera; concebida bajo la sensualidad primaveral de una tormentosa noche.