Más allá del interés que pueda tener enfrentarse a un western alucinógeno, modalidad poco trabajada aunque abunden los cruces de otros géneros con la estética lisérgica, lo más sorprendente de un filme como Blueberry . La experiencia secreta es que no tiene nada que ver con el original que adapta, un par de álbumes de las aventuras del teniente Blueberry, siendo a la vez fiel a los delirios esotéricos del dibujante de aquel cómic, Jean Giraud.

¿Cómo se puede ser fiel a un autor pasando de su obra? La película de Jan Koune, director holandés afincado en Francia, se basa en el personaje dibujado por Giraud desde principios de los 60. Pero la historia que le hace vivir el director entronca totalmente con la obra del alter ego de Giraud, Moebius , gran aficionado a la mística con peyote, los universos paralelos a los de Carlos Castaneda, los encuentros creativos con Alejandro Jodorowsky, la cultura hippy, la filosofía new age y la traslación en viñetas del poder de seducción de las drogas de conocimiento.

Por ello, que nadie espere una adaptación clásica y reconocible de las peripecias de Bluebery en el díptico formado por La mina del alemán perdido y El fantasma de las balas de oro , al que remite los títulos de crédito como fuente de inspiración. De la juventud sudista de Blueberry en el cómic original se pasa aquí a una inventada adolescencia con los indios chiricahua y al conocimiento del chamanismo. Las características de todos los personajes cambian por completo y del espectro de las balas de oro nada se sabrá.

Kounen, que firma el filme como un Jan Kounen session , apuesta por una estética terrosa y sucia pareja al spaghetti-western inflamada, en tres bloques largos y concretos, de paramecios digitales. Son las visiones de conocimiento a través del peyote mediante las que se enfrentan Blueberry y el villano, visiones infinitamente más protagonistas que los elementos recurrentes en todo western que se precie.