Los animales allí no te ven como un ser humano, sino como otro bicho. De hecho se acercan con confianza, como quien viene a mantener una conversación". Quien habla es Antonio Baeza, profesor de Física en la Facultad de Veterinaria y el primer investigador de la Universidad de Extremadura (Uex) que participó en un proyecto científico en la Antártida.

Han pasado 16 años y en el continente helado la vida sigue igual. Las escasas especies animales que sobreviven al clima extremo de aquella latitud, como pingüinos y focas, conviven con los más de 1.000 investigadores de una veintena de países que componen la población de un territorio que en agosto --invierno en el Polo Sur-- tiene el doble de superficie --30 millones de kilómetros cuadrados-- que en enero. Allí siguen acudiendo científicos de toda España, que cuentan con dos bases en territorio antártico, y entre ellos algunos de la universidad extremeña. "Desde que lo hizo Antonio, hemos ido más de una quincena", comenta Mariano Rodríguez, profesor de Matemáticas que actualmente participa en un proyecto para analizar los efectos sísmicos y atmosféricos de los volcanes.

RADIACTIVIDAD

¿Y qué hace el resto? "Yo fuí en 1991 y 1994 para medir la evolución histórica de la radiactividad en el planeta tras la II Guerra Mundial, porque los restos de radiación se pueden observar en las capas de hielo que se forman año a año. Otros han estado estudiando el comportamiento de los pingüinos o de la capa de ozono", explica Antonio Baeza. Junto a él, sonríe Agustín García, catedrático de Física del Aire que también ha participado en tres expediciones al Polo Sur, con proyectos similares a los de Mariano Rodríguez-Arias.

Los tres docentes de la Uex se reunieron el pasado 21 de noviembre en Cáceres con motivo de la Semana de la Ciencia y del Año Polar Internacional para contar sus distintas experiencias. "Es maravilloso, sobre todo por la convivencia", apunta Antonio Baeza, que recuerda que "los conceptos que llevas como urbanita allí no sirven para nada. Vives con diez personas en contenedores como los de los trenes de mercancías, sin apenas espacio". Aunque lo fundamental es el trabajo. "Lo malo es que tienes que dejar los aparatos de medición funcionando y hasta que ocho meses después no vas a recogerlos no sabes si ha servido para algo", lamenta Mariano, que se quedó tan frío como un pingüino tras tener que suspender la conferencia organizada para el citado día porque no asistió nadie.