El prestigio alcanzado por Anthony Minghella me parece desproporcionado. El paciente inglés y El talento de Mr. Ripley poseían cierta intensidad a ráfagas, pero en ambas películas se adivinaba esa mezcla de complacencia y efectismo que explota como un obús en casi todo el generoso metraje de Cold mountain. Apuesta por el intimismo a partir del espectáculo.

Como tiene ya un prestigio, los productores le rodean de estrellas: Nicole Kidman, Renée Zellweger, Jude Law, Philip Seymour Hoffman, Donald Sutherland y Natalie Portman. Con este reparto, cubrir las expectativas de la taquilla resulta más fácil. Pero se necesitan más cosas para lograr una buena película.

Empezar Cold mountain con las fantasmáticas imágenes de uno de los enfrentamientos entre soldados nordistas y sudistas, atrapados los primeros como fieras salvajes en una especie de gigantesco hoyo producido por una explosión, tiene su fuerza, pero nada de lo que sigue está, visualmente, a su altura.

Minghella utiliza un método narrativo similar al de El paciente inglés , estructurando el relato no en dos tiempos opuestos, pero si en dos peripecias distintas. Así, el soldado confederado que interpreta Law deja el campo de batalla para volver a pie, en un largo viaje a casa de aliento mítico, al lugar donde le espera su amada, Kidman. Esta, a su vez, sobrevive como puede ayudada por una dicharachera campesina (Zellweger) que parece salida de otra película.

Los jalones trágicos de la trama son muchos. En uno de ellos, unos soldados nordistas dejan a un recién nacido a la intemperie para obligar a su madre a que les dé comida. Minghella enfatiza la situación con planos a ras de tierra con la cabeza del pequeño en primer plano. Eso no hace falta. Tiene mucho de efectista y algo de inmoral. La situación ya es suficientemente fuerte como para recurrir a estas triquiñuelas. La supuesta sensibilidad del director brilla por su ausencia.