Tenderetes de comida, juegos malabares y humeantes incensarios animaron el 9 de febrero los templos Budistas y Taoístas de Pekín, donde miles de ciudadanos celebraron con música y danza la llegada del Año Nuevo del Gallo. Una festividad que se trasladó a todas las comunidades chinas que habitan en distintos países. El origen se remonta a la Dinastía Liao (907-1125), cuando los emperadores iniciaron el rito del culto a los dioses de la Tierra y el Grano. Cada año, el emperador rendía tributo a las alturas para pedir fortuna y buena cosecha, en una ceremonia que, mil años después, intentan reproducir en los templos las ataviadas comparsas de tambores y platillos.