Como cualquier músico que haya nacido en Nueva Orleans, la Dirty Dozen Brass Band tiene una misión: mantener vivo el recuerdo de la música que sonaba en su ciudad antes de que el Katrina se la llevase por delante. De hecho, ése era el empeño que movía a la orquesta mucho antes de la llegada del huracán. Y con la precisa intención nació la banda hace casi tres décadas.

En los años 70, las marching bands, orquestas herederas de las bandas militares que actuaban en desfiles y entierros, habían caído en desuso. Sin embargo, varios instrumentistas de la recién disuelta Tornado Brass Band formaron una nueva banda que obtendría sus primeros dólares actuando en el club Dirty Dozen.Esa misma formación que se entrenaba con el clásico When the saints go marchin in es la que en el 2002 celebró su 25 aniversario invitando, entre otros, a DJ Logic a practicar scratch. Si algo ha dado fama de la Dirty Dozen es su interés por modernizar el sonido de las viejas orquestas acelerando el ritmo y fundiendo rock, funk, soul, rhythm & blues, jazz, blues, gospel y música disco. Acostumbrados a tocar para combatir la tristeza y celebrar el paso a la otra vida, el grupo sufrió en el 2003 la muerte de Anthony Fats Tuba Lacen. A él dedicaron el disco Funeral for a friend (2004). Pero hoy, cuando suben a escena, cargan a sus espaldas con todo el peso de la inmensa tragedia que sufrió su ciudad. Más que nunca, son la embajada ambulante del sonido Nueva Orleans. El trombonista Gregory Davis declaró hace unos meses que no abandonaría la ciudad. Tres semanas después del huracán, reunía a la banda para grabar uno de los títulos más festivos y jubilosos del disco benéfico Our New Orleans: My feet canút fail me now. La banda inaugura el festival Blues & Ritnes.