Salvando las muchas y lógicas distancias, tanto del estilo de sus directores como de los hechos evocados, la última película de Carlos Saura tiene algunas similitudes con el último trabajo de Gus van Sant, Elephant : en ambos largometrajes se reconstruye un episodio violento cuyo desenlace es de sobras conocido; en ambos se empieza con una imagen del final y en los dos se narra el por qué de la tragedia sin ahondar mucho en las causas que lo originaron.

Cierto es que en el caso de El 7 día los asesinos tenían más motivos a los que agarrarse --venganza, odio, rivalidad entre familias--, aunque lo que les llevó a cometer la atroz matanza de Puerto Hurraco fue, como los adolescentes del instituto de Columbine, la enajenación cotidiana, así como la imposibilidad de vivir en un mundo que nunca fue realmente el suyo.

Pero aquí terminan las posibles comparaciones entre las dos películas, ya que el trabajo de Saura toma caminos menos abstractos que los escogidos por Van Sant.

No estamos ante unos adolescentes de clase media de una ciudad estadounidense, sino frente a la rivalidad entre dos familias de una localidad de Badajoz. Saura no cita el nombre del pueblo y ha cambiado personajes, situaciones, gestos y detalles, pero el recuerdo de lo que ocurrió en Puerto Hurraco impregna cada uno de los fotogramas de la película. El 7 día bordea el realismo seco y el tremendismo, lo que está sugerido y lo demasiado evidente: las fotos que se hacen los Jiménez poco antes de la masacre perpetrada por los Fuentes, porque el padre quiere recordar siempre a sus hijas y esposa, es un buen ejemplo de esta cierta retórica. El guión de Ray Loriga es bastante preciso, pero tiene detalles demostrativos de que la literatura del escritor que se ha pasado los últimos años de su vida en Nueva York, mano a mano con los miembros de Sonic Youth, no rima todo lo necesario con el espíritu realista del director de Los golfos .