EEl asombroso mundo de Borjamari y Pocholo demuestra, por si aún había dudas, que Santiago Segura es un género en sí mismo. Da lo mismo que encarne a un policía corrupto (las dos entregas de Torrente), un rockero antisatánico (El día de la bestia ), un heavy de Leganés (Isi/Disi: amor a lo bestia ) o un pijo de La Moraleja que ha quedado anclado en la década de los 80, como es el caso. Segura es Segura. No es un actor interpretando a un personaje. El es siempre el personaje, pese a que en estos avatares de los dos pijos muy pijos, como tontos muy tontos eran Jim Carrey y Jeff Daniels en la comedia de los Farrelly (un modelo a seguir), intente variar un poco de registro.

El guión, por lo tanto, está confeccionado a su medida. No es un actor haciendo de pijo: es Segura haciendo de pijo, que no es lo mismo. Y sobre él, y sobre el contrapunto más exagerado que ofrece su hermano Pocholo en la ficción (el actor Javier Gutiérrez) gravita por supuesto todo el filme.

El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo no desentona respecto de comedias de similar estilo hilvanadas por el cine español en los últimos tiempos. Y aunque ésa no parece ser la corriente de opinión general, incluso diría que es algo más divertida. El principal escollo es soportar 90 minutos de metraje oyendo hablar en pijo; es realmente agotador. Pero la pintura de aquellos ambientes y forma de ser resulta convincente, menos incisiva que los diálogos radiofónicos entablados hace años por los imaginarios Tito B. Diagonal y Tato Ganduxer, pero efectiva.

El universo pijo de Madrid da para mucho, aunque los directores del filme abusen demasiado de las referencias a Mecano. El gag que gira en torno al caballo de las camisas Ralph Lauren y el cocodrilo de los polos Lacoste tiene enjundia, y las secuencias de discoteca pueden verse, hoy, como un ejercicio de neorrealismo. El resto es tan endeble como en la odisea romántica de Isi/Disi, de la que este filme sobre Borjamari y Pocholo toma también los amores platónicos como fuente de guasa.