Pocos de los que defendieron al primer Gus van Sant, el de Drugstore cowvoy y Mi Idaho privado , y saludaron su primera incursión fuera del cine independiente, la magnífica Todo por un sueño , no daban ya ni dos euros por él tras películas tan engorrosas y engullidas por el sistema como Descubriendo a Forrester . Ahora, el director se descuelga con una de las grandes obras del reciente cine norteamericano.

Elephant , el resultado de esta transformación desconcertante (antes rodó Gerry , un filme casi experimental sin distribución internacional), se centra en los mismos acontecimientos sobre los que Michael Moore construyó su oscarizada Bowling for Columbe . Van Sant también tuvo premio doble en Cannes --Palma de oro y premio al mejor director--, y es de los más justo. Su manera atonal de reconstruir los hechos y su cadencia fílmica atestiguan la recuperación de un cineasta enredado durante demasiado tiempo en la tela de araña hollywoodiense.

Al lado del discurso activo de Michael Moore, la neutralidad con que Van Sant cuenta los acontecimientos le añade un plus de inquietud: cuestionar y provocar la reflexión sin lanzar discurso alguno, rehuyendo por igual el maniqueísmo y la manipulación demagógica.

Van Sant utiliza la disgresión narrativa para fragmentar en el tiempo, aunque en el mismo escenario --las dependencias del instituto-- los acontecimientos previos a la matanza. Sigue a varios estudiantes por los pasillos --generalmente con la cámara pegada a sus nucas--, cruza los puntos de vista, reordena las situaciones y corona el relato con la masacre perpetrada por los dos alumnos armados hasta los dientes. Aunque la visualiza, la matanza es tan neutra como el resto de la película. Elephant se construye con retazos cotidianos captados al vuelo, atrapando el deambular rutinario del tiempo hasta que éste se desgaja con la explosión de violencia irracional.