--¿Es un libro político?

--En parte, sí, inevitablemente. Creo que es algo que tienen todos mis libros, pero es el que más trabajo me ha costado escribir. Al fin y al cabo, he escrito sobre el episodio más discutido de la reciente historia de España. Ha sido una paliza, lo he escrito muy rápido, durante meses no he hecho otra cosa, salir del despacho para comer y ver a mi hijo y volver a escribir. Se ha convertido en una obsesión. Ahora me debato entre tomarme unas vacaciones o meterme de lleno en otra historia. Es la única manera de cortar definitivamente con el 23-F.

--¿Le interesó solo la foto o lo que rodeó al golpe?

--Mi obligación era intentar entender por qué hay tres tíos que no se tiran al suelo. ¿Porqué ellos y no otros? He tenido que explicarme la transición entera y no he renunciado a nada. Todo lo que sé, lo he volcado. No soy analista, pero he procurado hacer los deberes, me he metido en una selva de documentos sobre ese momento, he leído los periódicos de entonces, todos los libros que se han escrito sobre el golpe y sobre el momento político, he hablado con casi todos los protagonistas... He ejercido de periodista, historiador, novelista y filólogo.

--Es usted una esponja.

--Creo que una de mis principales virtudes es saber escuchar, y en este caso quería escuchar con la máxima atención, mirar y leer. Me gusta mirar las cosas que todo el mundo ha visto para saber lo que ocultan.

--Al comienzo del libro, reflexiona sobre cuántos españoles podrían pensar que el golpe fue una farsa o poner en duda que los protagonistas existieron. ¿Ha escrito para que las nuevas generaciones sepan lo ocurrido

--Sí, ese era el objetivo. Hay veces que se ha criticado que la transición fuera una salida pactada, pero ¿quién ha dicho que pactar sea malo? Lo que no es pacto es violencia. Especialmente en la izquierda de mi generación se habla de que la transición fue un apaño, una bajada de pantalones... Además de un error, eso es falso. Principalmente fue la izquierda la que trajo la democracia. Y resulta curioso que sea la derecha la que se apropia de la etapa de la transición y sea la izquierda la que la pone en cuestión. Suárez solo quería reformar las leyes franquistas y lograr una semidemocracia. Fue la izquierda la que presionó para que hubiera una democracia plena, que se logró también, gracias a la flexibilidad de Suárez. Lo que se hizo no estuvo nada mal, era muy complicado y fue casi inédito conseguirlo sin sangre. La democracia perfecta no existe, la dictadura perfecta, sí. Tal vez el triunfo absoluto de la justicia conllevaba la derrota de la libertad.

--Uno de los reproches es que se dejaron cosas por hacer

--Por supuesto, la democracia es eso, no acabar las cosas definitivamente o que se vayan acabando poco a poco. Pero después de esos años hay cosas que no se han hecho. Por ejemplo, no podemos seguir teniendo muertos en las cunetas. Y esa es una cuestión que debe resolver el Estado, no un juez. Ningún presidente desde Suárez --si lo hubiera hecho él, sí lo habrían matado-- ha solucionado este asunto con un acto de Estado, rindiendo memoria a aquellas víctimas, por ejemplo. Me temo que la izquierda que está ahora en el poder tampoco va a arreglarlo. No es tan fácil entender el pasado.

--¿Cree que Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo no se tiraron al suelo porque no tenían nada que perder?

--En parte. Eran los tipos más odiados por los golpistas. Armada odiaba a Suárez porque encarnaba el demonio; Milans de Bosch odiaba a Gutiérrez Mellado porque lo consideraba un traidor, y Tejero odiaba a Carrillo porque encarnaba todo con lo que quiso acabar el franquismo. Pero fueron las tres personas que llevaron el peso de la transición, por la lealtad de Gutiérrez Mellado hacia Suárez y porque Carrillo encontró en Suárez al tipo que necesitaba.

-Entre sus muchas reflexiones está la de que el golpe del 23-F cerró otro golpe que todavía seguía abierto entonces, el del 18 de julio de 1936. Explíquese.

--Marx decía que la violencia es la partera de la Historia. Yo diría que es la cantera, el carburante. La dictadura franquista fue la prolongación de la guerra por otros medios. Quizá la guerra acabó en 1981. En todo caso, fue una fecha decisiva para muchas cosas: acabó con el desencanto, por ejemplo, que se cernía sobre el proceso democrático y fue tal revulsivo que quizá ahí empiece la democracia de verdad. Por eso el gesto de Suárez adquiere un carácter casi épico y heroico.

¿Por eso analizó su actitud?

--Es el personaje más misterioso de todos. También el más transparente. Y esa aparente contradicción se debe a que era como todo el mundo, como mi padre, incluso se parecían físicamente. Su gesto, sentado solo en el banco azul, es inagotable, lleva a infinidad de conclusiones. Es como si estuviera programado para ese momento. El justificó su actitud apelando a la legitimidad que tenía como presidente del Gobierno. Pero esa legitimidad también la tenían los demás ministros y diputados, y estaban en el suelo, la tenía Calvo-Sotelo que iba a ser en pocas horas el nuevo presidente, la tenía Felipe González, que era el más probable futuro jefe del Ejecutivo, la tenía el ministro de Defensa...

--Hay quien le puede reprochar que no haya sido más crítico con la clase política o el Rey.

--Mi intención ha sido decir la verdad. Analizo los pros y los contras de todos y, salvo un gesto, no voy más allá de eso. No pretendo ni ensalzar al Rey ni atacarle, ni cargarme la monarquía, ni estoy por la canonización de Suárez ni del Rey, ni por su crucifixión. El lector es soberano y sacará sus conclusiones. Solo le pido que se lea el libro con atención. Y que se lo lea como una novela porque de lo contrario no tiene sentido.

--¿Cuántas veces ha visto los 35 minutos que dura el vídeo?

--¡Uf! No sé, cientos, miles, pero siempre me deja impresionado.