Hasta hace dos años, José Saramago no cayó en la cuenta de que la mayor parte de sus novelas se organizan en torno a la pregunta ¿qué pasaría si...? Así lo confesó este portugués genial, Premio Nobel de Literatura en 1998, horas antes de la presentación mundial, en el teatro San Carlos de Lisboa, de su último libro, Las intermitencias de la muerte , en el que plantea la posibilidad de que la muerte suspenda temporalmente sus actividades, lo que le permite poner la lupa en la sociedad actual.

Esta fábula sobre la vida y la muerte fue presentada en sociedad con un gran despliegue de medios, incluida una videoconferencia con el autor desde la sede del Instituto Cervantes de Lisboa, retransmitida a través de internet. Publicada simultáneamente en castellano (Alfaguara), catalán (Grup 62), portugués e italiano, curiosamente la novela está impresa en papel de árboles cuya tala no daña el medio ambiente, de acuerdo con las recomendaciones de Greenpeace. Una clara muestra del compromiso del autor con el cuidado del medio natural.

LA VEJEZ

La charla con Saramago sobre la vida y la muerte no deja resquicios a la elucubración. A punto de cumplir los 83 años, el autor no rehúye la palabra viejo porque no le gusta anciano y hace décadas que dejó de ser un joven para ser una persona mayor. "Vivo como si tuviera 70 o 75 años; a veces como si tuviera 18", afirmó tras presumir de una excelente salud. En todo caso, no teme dejar este mundo pese a (o quizá precisamente por ello) creer firmemente que no nos espera nada después.

"El hecho de que uno se muera me parece absolutamente natural", dijo el escritor, para quien "vivir eternamente sería el peor de los castigos". En Las intermitencias de la muerte Saramago fabula con la hipótesis de qué pasaría si, de pronto, la gente dejara de morir. Se trata de una vuelta de tuerca más del escritor portugués en el juego de la "imposibilidad o improbabilidad" como elemento literario. A partir de ahí, repara en los desastres económicos que en tal situación acuciarían a la sociedad y las inquietudes vitales que se les planterían a los humanos, incluido el deseo de morir.

Saramago valora mucho el humor --no la ironía, que considera un acto de soberbia-- y así cuenta, por ejemplo, cómo quiebran las compañías de pompas fúnebres y las aseguradoras o los malos momentos por los que atraviesa la Iglesia católica, que basa su doctrina en garantizar la vida eterna tras la muerte. "No entiendo cómo se puede creer en Dios si estamos en una galaxia en la que el Sol es una de las 200.000 millones de estrellas que existen", explicó con un atroz sentido de la realidad.

El nobel portugués también reserva un espacio para reflexionar sobre la vejez --en la novela, las personas no mueren pero sí envejecen-- en una sociedad en la que "se considera un estorbo a los ancianos", que viven recluidos en residencias en las que "ya están muertos pero aún respiran". "Hay mucha indignidad en todo esto", comentó el autor portugués, que en el relato induce a la sonrisa cuando vaticina la quiebra del sistema de pensiones porque ya nadie muere.