Javier Pastor (Madrid, 1962) va por libre y es también uno de los más libres narradores de la última hornada. Acaba de publicar su tercera novela, Mate jaque (Mondadori), estructurada como un falso palíndromo, esas frases que se leen igual de izquierda a derecha que al revés.

Aunque Pastor formó parte de la antología Mutantes , una tribu heterogénea de escritores posmodernos con ganas de cambiar las formas tradicionales, no se siente partícipe de ningún grupo, más allá de su admiración por algún autor de su quinta, como José María Pérez Alvarez (ganador del Premio Bruguera por La soledad de las vocales ), no incluido, por cierto, entre los mutantes.

PARTIDA DE AJEDREZ

De hecho, el autor sí se integra en otro selecto club, el formado por la media docena de autores a los que el maestro Juan Goytisolo decide cobijar bajo su ala. "Escribí mi primera novela y aparte de repartirla entre mis amigos decidí guardarla en un cajón, pero uno de ellos, antes de irse a Guatemala se la mandó a Goytisolo", comenta Pastor.

Cuando el escritor madrileño encontró la carta del autor de Señas de identidad en el buzón de su casa diciendo que recomendaría su publicación no se lo podía creer. "Yo iba un poco cocido y pensé que era bromazo, pero el sello de Marruecos me sacó de dudas". Así fue como Esther Tusquets le dio el espaldarazo en su debut, Fragmenta .

Mate jaque se une a una ya larga tradición de novelas ajedrecísticas, como La defensa , de Nabokov, o Novela de ajedrez , de Stefan Zweig, pero poco tiene que ver con ellas más allá del tema. "Esta es una novela de estructura especular, que se dobla sobre sí misma. La imagen del tablero de ajedrez vino más tarde".

A un lado coloca Pastor como voz narradora a un escritor pagado de sí mismo, en crisis sentimental. Aunque misántropo, irónico y desencantado, es un novelista de éxito aclamado en los suplementos culturales.

Con su vida en crisis, se traslada a un balneario casi en ruinas donde entabla una partida de ajedrez semejante a la que enfrentó a Napoleón con una aristócrata en 1802. Al otro, se sitúa una mujer, posiblemente la pareja del anterior narrador que también se enfrenta a otra partida napoleónica histórica. "Creí que eran verdaderas pero un aficionado me dijo que eran falsas", precisa Pastor que es, a su vez, un aceptable jugador.