Las cartas literarias que la agente Antonia Kerrigan lleva entre manos están más cargadas de ases que nunca. Entre el centenar de autores que representa tras 20 años de oficio está Carlos Ruiz Zafón, que un día le envió un correo electrónico con la sinopsis de La sombra del viento (Planeta, 2001) por si quería re-presentarlo; o Javier Sierra, autor de La cena secreta (Plaza & Janés, 2004), por cuyos derechos de traducción han pagado en EEUU medio millón de dólares y que aparecerá promocionada en todos los cines norteamericanos antes de la emisión de El código Da Vinci (Umbriel, 2003), película basada en el libro de Dan Brown.

En su cartera aparecen también aquellos autores que han ganado algunos de los últimos premios literarios en España: Eduardo Lago, el Nadal, con Llámame Brooklyn (Destino); Alonso Cueto, el Herralde, con La hora azul (Anagrama), y Jesús Ruiz Mantilla, el Sent Soví, con Gordo (RBA).

GENES LITERARIOS

Poco podíaimaginar esta estadounidense nacida en Francia (París, 1952) que lleva casi toda su vida en España con permiso de trabajo, que su carrera iba a desarrollarse por estos vericuetos. Mucho debe a sus padres, norteamericanos y excelentes traductores, y a Carmen Balcells, la mujer que le enseñó el oficio tras ficharla a principios de los 80, cuando Kerrigan se dedicaba a dar clases de inglés y a estudiar filología inglesa. "Lo dejé todo para ir a trabajar con Carmen y se me abrió un mundo fantástico", recuerda esta agente que durante los dos años que pasó con ella se fogueó en el departamento de internacional, por su bilingüismo y porque conocía a muchos editores extranjeros gracias a sus progenitores. "Mi padre fue el primer traductor al inglés de Borges y Neruda, adaptó las obras completas de Unamuno, mientras que mi madre hizo lo propio con Matute y Cortázar", comenta esta mujer que a finales de los 80 se estableció por su cuenta, gracias, en parte, a su amigo David Miró, nieto del pintor, que le ayudó económicamente. "Me instalé en la plaza de Francesc Maci , compartiendo despacho, donde mis dos hijos venían a hacer los deberes", rememora una Kerrigan que no recuerda al primer autor que representó, pero sí su primer negocio, en 1986: "Vender a un editor holandés el Fortuny (Planeta, 1983) de Pere Gimferrer".

Su agencia vive ahora el mejor momento y Kerry no duda en disfrutarlo.