En el 2002, cuando Mel Gibson anunció en una rueda de prensa su proyecto de llevar al cine las doce últimas horas en la vida de Cristo, dijo: "La gente cree que estoy loco. Puede que tenga razón. O puede que sea un genio". La semana pasada, con su estreno en Estados Unidos, se convirtió en la película más controvertida y gratuitamente publicitada de los últimos años, la balanza se inclina por la genialidad: si no la del creador --hasta que hable público y crítica-- sí la del industrial del cine.

Gibson invirtió 25 millones de dólares en un proyecto personal que derrama --por lo visto-- litros de sangre en la pantalla y --por lo comprobado-- ríos de tinta en los medios, que en las últimas semanas han sobresaturado el debate sobre una película que en los pases previos al estreno sólo vieron líderes y fieles cristianos y judíos, amigos del cineasta y quienes se han colado en pases de iglesias o centros antidifamación.

FENOMENO DE TAQUILLA

La Pasión ha roto las barreras de la promoción tradicional gracias a la controversia sobre el supuesto antisemitismo que puede despertar y gracias a la llamada de Mel Gibson --cristiano tradicionalista, que no reconoce el Concilio Vaticano II-- a convertirla en un medio de proselitismo. También gracias a la sobredosis de análisis de la versión del Nuevo Testamento escogida por el director de Braveheart y a circunstancias que poco tienen que ver con el cine --como las polémicas declaraciones de Hutton Gibson negando las cifras del Holocausto--, una película rodada en latín y en arameo, cuyo final es de sobra conocido y cuya historia ha sido objeto de infinidad de obras artísticas, es ya un fenómeno en taquilla.

Para hacerse una idea, se vendieron anticipadamente antes del estreno --que coincidió con el Miércoles de Ceniza-- 10 millones de entradas, dos de ellos para pases organizados en 800 cines por iglesias cristianas.

La expectación ante una película que hace un año no encontraba distribuidor y que acabó en manos de la independiente Newmarket ha sido tal que de las 2.500 ejemplares que se iban a distribuir se pasaron a 4.000. Los 2.800 cines en que se exhibió quedan lejos de los 3.700 a los que llegó El señor de los anillos. El retorno del rey , pero acerca una cinta subtitulada y violenta, recomendada para mayores de 17 años, a una cifra similar a la de obras como El último samurai (2.900 cines).

Entre la comunidad judía también hay quien defiende que Gibson se ha ganado el derecho a hacer su propio proyecto. "Este es un negocio creativo, uno en el que no siempre me gusta lo que hace la gente --ha dicho el productor judío Tom Sherack--, pero creo en la libertad de expresión y, una vez que empiezas a censurar el arte, puedes empezar a quemar libros".

Lo cierto es que hay tanta pasión como tensión, alimentada incluso por el propio Gibson, que respondió a las críticas de un columnista de The New York Times con la muy poco compasiva frase: "Quiero sus intestinos en un palo. Quiero matarlo. Quiero matar a su perro". Ante ello, lo que muchos espectadores querían era ver la película. Y poder, por fin, juzgar por sí mismos.