La última película de los hermanos Coen carece de sorpresas, entre otras cosas porque es esencialmente fiel, con pocas variaciones, a la película que versiona. Se trata de El quinteto de la muerte , una de las mejores comedias británicas de todos los tiempos. Primer hándicap para Joel y Ethan.

Superar lo logrado por Alexander Mackendrick en aquel filme de 1955, centrado en la relación entre cinco ladrones que se hacen pasar por quinteto musical y la anciana que les alberga en su casa, era realmente difícil. Característica comedia de la productora británica Ealing, es también una fina observación de comportamientos y una crítica velada a la sociedad inglesa de su tiempo. Conscientes de todo ello, los autores de Sangre fácil no han intentado distanciarse del original en demasía. Su película es respetuosa con el material reciclado u homenajeado, tanto da el calificativo que se utilice. Sólo llevan los personajes a su terreno geográfico, convirtiendo al falso grupo-quinteto musical tan british en un grupo de atracadores de diversas razas --hay caucásicos, negros e indochinos-- y cambiando la periferia del Londres grisáceo que tan bien captó Mackendrick por un perezoso y monótono pueblo del delta del Misisipi.

Las variaciones, motivadas más por la nacionalidad de la película que por otra cosa, terminan aquí. Hay algunos retoques y cambios más, pero son insustanciales. Todo huele a homenaje, desde la planificación de las diversas muertes de los miembros del grupo hasta la interpretación de Tom Hanks como cabecilla de los atracadores.

También es notoria la escasa mala uva que desprende Ladykillers en relación a otros títulos de los Coen. Estamos pues en un terreno muchísimo más amable, más pactante si se quiere.

Quizá un remanso de paz para recargar pilas y volver a tener la causticidad y originalidad revelada en películas como Barton Fink , Fargo y El gran Lebowski . Quizá.