Confundido con el paisaje turístico, como uno más en Barcelona, Haruki Murakami (Kioto, 1949), el escritor japonés con más seguidores dentro y fuera de su país, ha visitado el museo Picasso, ha sudado la gota gorda en el Park Güell y ha aumentado su discografía jazzística en el Mercat de Sant Antoni con dos polvorientos vinilos que buscaba desde hace años.

Luego, las obligaciones con sus editoriales, Tusquets y Empúries, obligaron el pasado lunes a este solitario esquivo a comparecer de mala gana frente a las cámaras de los fotógrafos y, con mucha más generosidad, a hablar con la prensa escrita de sus adictivas novelas, cuando acaba de entregar la última, 1Q84 , a su editor japonés, y el próximo octubre publicará en castellano su ensayo De qué hablo cuando hablo de correr .

La experiencia con los periodistas --en la más tradicional cortesía oriental-- empezó ceremoniosamente con una ofrenda de su editor catalán, Fèlix Riera: tres CD vinculados a la ciudad. "Escribir es una actividad muy solitaria --explicó el autor-- y la música me hace compañía, pero solo puedo escucharla cuando no estoy escribiendo. ¿Por qué tiene tanta importancia en mis novelas? Sencillamente porque me gusta mucho, esto es algo de lo que se da cuenta el lector. Escribir una novela es ofrecer algo al mundo".

Sus explicaciones dieron cuenta de por qué una parte de la crítica japonesa le considera un descastado occidentalizado. "Japón es una sociedad muy cerrada donde no se deja espacio al individuo y mis novelas explican precisamente eso. Ser independiente, como he tratado de ser, es algo muy complicado en mi país ya que todo el mundo pertenece a un grupo. De todas formas, eso es algo que está cambiando en Japón y quizá por ello los jóvenes se interesan por mis libros. No me considero nacionalista pero me gustaría que esa situación cambiara en mi país".

También intentó responder a la pregunta del millón, a ese ingrediente secreto de sus novelas y cuentos que hace que los lectores, independientemente de las coordenadas geográficas, conecten con su clara y a la vez obsesiva escritura. "Creo que las buenas historias pueden encontrar lectores en cualquier país y en cualquier idioma. Yo empiezo a escribir con la incertidumbre y la curiosidad de no saber lo que les ocurrirá a mis personajes y espero que mis lectores experimenten esa misma sensación".

Murakami parece haber descubierto un antídoto algo escapista para la crisis internacional, que Japón ha sufrido con intensidad y anticipación. "Me traslado a mis novelas y me olvido del mundo", afirma, encantado de haberse dejado abducir por la literatura e invitando a los lectores a que hagan lo mismo.

De ahí que uno de sus cineastas de cabecera sea David Lynch. "Me obsesioné con Twin Peaks en los 80 y gran parte de esa influencia se deja ver en mi novela Crónica del pájaro que da cuerda al mundo . Y ahora me doy cuenta de que también hay algo lynchiano en After Dark , un experimento que escribí como un guión de cine".

El enigma que subyace en sus novelas, su capacidad hipnótica, es una geografía en la que quizá pueda perderse el escritor, pero jamás lo hará la persona: "Me traslado a ese lado oscuro, a ese misterio, cada día. Pero voy y vuelvo, porque por algo soy un profesional".