El quinto largometraje del dramaturgo y cineasta estadounidense Neil LaBute, Por amor al arte , conecta mejor con sus dos primeras películas, En compañía de hombres y Amigos y vecinos , que con las dos siguientes, Persiguiendo a Betty y Posesión . Y no es sólo una cuestión de factura independiente, ya que la tercera y la cuarta contaron con mayor presupuesto y nombres conocidos en sus repartos: Morgan Freeman, Renée Zellwegger y Gwyneth Paltrow.

Hay en este trabajo del ácido LaBute una similar formulación de la relación entre hombres y mujeres a partir de la manipulación, la misoginia y, en definitiva, todo aquello que tenga relación con la crueldad humana. Con una diferencia: Por amor al arte va mucho más lejos y su contundencia final es demoledora. La película es la adaptación de una pieza teatral del propio LaBute estrenada originalmente en Gran Bretaña en 2001. El autor ha contado con los mismos cuatro y excelentes actores que la han representado en los teatros: Rachel Weisz --también coproductora del filme--, Paul Rudd, Gretchen Mol y Frederick Weller.

En teoría, Por amor al arte narra la cristalización a primera vista de un amor casi imposible, el que acaban profesándose un tímido guardia de museos (Rudd) y una atrevida estudiante de arte (Weisz) que, cual Pygmalión en clave femenina, intenta reeducarlo. La pareja de amigos de él, formada por una chica que fue su primer amor (Mol) y un tipo de imposible chulería (Weller), ven con desagrado el dominio que ejerce la muchacha, aunque no intuyen cuáles son las verdaderas causas de ese proceso de vampirización que atañe a los elementos más visibles de la sociedad actual: el sobrepeso, la cirujía estética, el sexo y el culto al cuerpo. Un giro inesperado, rotundo, convierte el filme en una reflexión extremadamente lúcida sobre la manipulación y la fragilidad de los sentimientos. Una dura lección.