Ian McEwan escondió hace 20 años a Salman Rushdie cuando el escritor fue condenado a muerte por el ayatolá Jomeini.

Ahora, pocos días después de que cumpla 20 años la fatua contra Rushdie, llega a España la última novela del angloindio, La encantadora de Florencia (Mondadori). Publicada en inglés hace un año, narra la visita a la corte del Gran Mogol de un europeo que dice ser hijo de un florentino y una princesa india.

La aventura de Rushdie empezó el 14 de febrero de 1989 cuando Radio Teherán divulgaba un edicto que denunciaba Los versos satánicos como un libro "blasfemo contra el islam" y el profeta Mahoma. El líder supremo de la revolución islámica iraní sentenciaba a su autor, el británico de origen indio Salman Rushdie (Bombay, 1947). Jomeini pedía a los seguidores de Alá en el mundo entero que ajusticiaran al apóstata, cumpliendo así con su deber religioso. Días después, Irán ofrecía a los potenciales verdugos que culminaran con éxito su misión una tentadora recompensa de tres millones de dólares. La novela, galardonada con el premio Whitbread, ya había inspirado disturbios y manifestaciones en más de una decena de países islámicos, donde fue prohibida. En el propio Reino Unido los musulmanes británicos se echaron a la calle, pidiendo la cabeza del escritor y quemando ejemplares. En este ambiente de linchamiento, Rushdie no tuvo otra opción que desaparecer.

Ahora se ha sabido que tras la promulgación de la fatua, uno de sus amigos, el también escritor Ian McEwan, se lo llevó a una casita de campo en Costwold, en el suroeste de Inglaterra. Juntos en el cottage vivieron aquellas angustiosas horas, que McEwan ha recordado en un artículo que esta semana publica la revista New Yorker : "Nunca se me olvidará que a la mañana siguiente nos levantamos pronto. El tenía que irse. Se hallaba en una situación terrible. Estábamos al lado de la cocina, haciendo tostadas y café, oyendo las noticias de las 8 en la BBC. Estaba de pie a mi lado y era el protagonista de las noticias.".

Para Rushdie sería el comienzo de una vida en la clandestinidad, bajo permanente protección policial. Los fanáticos no dieron con él, pero asesinaron en cambio en Tokio a Hitoshi Igarashi, el indefenso traductor japonés de sus libros. En Milán el traductor italiano fue apuñalado y en Oslo el editor noruego de Rushdie resultó gravemente herido, tiroteado.