Muchas de las tragedias escritas por William Shakespeare serían transportables a la realidad de la ex-Yugoslavia de las dos últimas décadas. Por esta razón no resulta extraño que muchos de los cineastas de aquel país bañado en sangre se sientan dramatúrgicamente herederos del autor de Hamlet . Emir Kusturica decía recientemente que su película La vida es un milagro era un shakespeare en los Balcanes. Goran Paskaljevic rodó el pasado año Sonrisas de una noche de invierno , un título con evidentes reminiscencias shakesperianas.

Mucho más severo que el director de Underground , el serbio Paskaljevic es también menos conocido en nuestro país. De sus 13 largometrajes de ficción, éste es el tercero que se estrena comercialmente después de La otra América , de 1995 y El polvorín , fechado en 1998. En su cine, comprometido como el de Kusturica con la realidad de su país antes, durante y después del conflicto nacionalista, no hay espacio para bodas festivas, melodías zíngaras y fugas de la realidad a través de un felliniano tratamiento.

Todo lo contrario. Sueño de una noche de invierno es un drama tan contenido como extenuante que empieza con el regreso de un hombre serbio (Lazar Ristovski, también coproductor del filme) a su casa tras 10 años de ausencia. El piso ha sido ocupado por una refugiada bosnia (Jasna Zalica) y su hija autista de 12 años (Jovana Mitic). El hombre inicia con ellas un nuevo y retardado despertar a la vida: los tres, incluso la niña encerrada en su mundo, han sido víctimas de los estragos de la guerra.

Como ocurre en muchos casos, que los personajes tengan el mismo nombre de pila que los actores que los encarnan dice mucho sobre la implicación de los mismos en el proyecto y, posiblemente, de las experiencias autobiográficas vertidas en el relato. En este sentido, uno de los mayores aciertos del filme estriba en las tres interpretaciones de sus actores principales, en un registro que va siempre de la mesura dramática al dolor contenido.