No era un sueño. El 22 de febrero, cuatro horas después de recibir un Oscar histórico, el primero para una actriz española, a Penélope Cruz seguía costándole aguantar la mirada a su nuevo compañero.

Le costaba creer que esa estatuilla de algo menos de cuatro kilos estuviera en sus manos, haciendo realidad un sueño que una muchacha de Alcobendas se atrevió a imaginar pese a que no fuera "un sueño realista". Pero el Oscar como mejor actriz de reparto estaba ahí gracias a una mujer atormentada, María Elena; a una película, Vicky Cristina Barcelona ; y a un director, Woody Allen, con el que habla ya, aunque sin detalles, de volver a trabajar. También le llegaba gracias a una familia siempre dispuesta a apoyarle y a otros cineastas que le abrieron las puertas como Bigas Luna y Fernando Trueba y, especialmente, al que le ha hecho musa y le ha dejado acompañarle "en muchas de sus aventuras": Pedro Almodóvar. Cruz no tuvo casi que esperar para recibirlo. Su premio fue el primero de la renovada gala, y le llegó de la mano de Tilda Swinton después de que los productores inauguraran formato para presentar a los intérpretes no con vídeos sino con las palabras de alabanza de otros premiados antes en la categoría (Anjelica Huston en el caso de Cruz). "Fue una presentación preciosa pero larga y el corazón me iba a mil por hora", confesaba Penélope, que después de besar a su madre y ofrecer su discurso, que incluyó una dedicatoria en español a sus compatriotas y a todos los actores españoles, tuvo que buscar refugio en un pasillo para "llorar durante 15 minutos" y tratar de asimilar lo que acababa de ocurrir.

Durante horas se sintió "sobrepasada" y flotando en una nube, fue avanzando en una intensa noche en la que se acumularon celebraciones y felicitaciones. Su teléfono móvil echaba humo. Y una de las primeras llamadas fue, "por supuesto" la de Javier Bardem. El no viajó a Los Angeles, pero ella solo quería destacar lo "especial" de sus dos premios consecutivos y hablar de su reunión en el filme de Allen. "Tenía muchísimas ganas de volver a rodar con él --decía--. Me parece que es un talento descomunal". Hubo más mensajes, "llamadas y correos electrónicos maravillosos" y cosas que guardará "para siempre", como "ver que tanta gente que te importa sea tan feliz por ti" o recibir cariño "incluso de quienes no te conocen".

Esa noche, Penélope amaneció en su casa de Los Angeles con su Oscar, un recordatorio de que los altos y bajos, la escalada de algunas montañas y obstáculos, nunca le han desviado de su camino. Puede que hayan influido "casualidades increíbles" como las muchas que admite que le han ocurrido. Y sí, ella cree en el destino. Pero también, quizá ante todo, "en el trabajo duro".

INICIOS EN HOLLYWOOD

El idioma fue una de las barreras iniciales cuando arrancó su aventura en Hollywood, pero como tantas otras las ha derribado. "¿Puedes trabajar en América si tienes acento? Sí, se puede", proclamaba ante la prensa. "Eso ha estado cambiando en los últimos 10 o 15 años, era mucho más duro antes. El cine --prosiguió -- representa la vida, lo que pasa en las calles, y estamos mezclados más y más cada día. Estoy feliz de que al fin esa puerta parezca abierta y no solo para mí o tres más: somos un grupo mucho más grande".

Cruz representa umbrales cruzados con paso firme no solo en el cine. La noche de los Oscar fue, como de costumbre, una de las estrellas más destacadas en la alfombra roja. Unos días antes fue a Lily et Cie, una tienda especializada en Vintage de Beverly Hills, y para su sorpresa comprobó que seguía allí un vestido creado en los 40 por Pierre Balmain en el que se había fijado hace ya ocho años. Seguía encajándole a la perfección. Quizá era una señal. Y lo fuera o no, lo eligió.