Fue con el cambio de milenio cuando la literatura e internet se hicieron íntimos amigos. Es más, si hasta hace dos días nadie existía si no salía en televisión, hoy parece que un escritor no tiene futuro si no tiene, como mínimo, una web colgada en la red. No importa su sofisticación y procedencia, lo importante es estar. Dejando para otro día el fascinante mundo de los weblogs , de las librerías on line y de los ebooks (atención al último invento de Amazon, el Kindle), el asunto que nos ocupa va de webs.

PRECURSORES

Y es evidente que desde el año 2000 la red se ha llenado de webs de escritores. Como en todo, están los precursores, y es justo recordar los nombres del malogrado Terenci Moix, Ramón Buenaventura, el experto en edición digital José Antonio Millán o Lucía Etxebarria, que la recibió como regalo de cumpleaños de un amigo.

Otros lo tuvieron peor, ya que se las vieron con algún espabilado que quiso sacar tajada. Aún se recuerda la estrategia de Galileo Asesores, que registró diversos dominios, como los de Lorenzo Silva, Rosa Montero y Almudena Grandes, con la intención de venderlos llegado el momento. En el caso de Silva no funcionó, ya que este escritor y abogado, tras ganar el Nadal en el 2000 con El alquimista impaciente quiso crear una web y descubrió el pastel. Dos años de diligencias acabaron por darle la razón y una indemnización de cerca de 30.000 euros.

Pues bien, en estos últimos años, el desarrollo y el operativo de estas webs han sido espectaculares y por varios motivos: permite tener intercomunicados a los lectores de un escritor, juega un interesante papel como suministrador de textos inéditos (ahí están experiencias interesantes como la de Juan José Merelo con La cuarta Taifa y la descomunal del mismísimo Stephen King colgando inéditos en su web) y sirve como herramienta promocional de primer orden, no solo para los lectores más o menos fetichistas, sino para todos aquellos editores y agentes del resto del mundo que buscan información.

Pero el problema no es tener la web, sino mantenerla viva. De ahí que, aunque existen autores que las gestionan ellos mismos como es el caso de Javier Sierra (impresionante su web) y la de Laura Gallego, con más de 12.000 registros y un foro increíble en el que jóvenes de entre 14 y 20 años hablan permanentemente de literatura, en muchos otros casos son los departamentos de márketing de las editoriales quienes asumen la responsabilidad. Sirvan como ejemplo los casos de Planeta y Alfaguara que, como es lógico, se vuelcan en aquellos autores que, por prestigio o resultado comercial necesitan una. Ahí están las de Carlos Ruiz Zafón, Matilde Asensi y Arturo Pérez-Reverte para comprobarlo. Por cierto que con este último autor y algún otro, como Javier Marías, se da ese curioso fenómeno de que también los propios lectores crean páginas web para glorificar a sus idolatrados autores.

¿Y qué pasa con el resto? Pues deben esperar a que fundaciones diversas, empresas privadas o instituciones de todo tipo, se encarguen de colgarlos en la red. Como hace Cervantes Virtual con los clásicos y Club Cultura de Fnac con autores contemporáneos como Juan Marsé y José Luis Sampedro --o el Pacto Andaluz por el Libro, que reúne a escritores de esta comunidad--. Sin embargo, lo más sorprendente de todo este deambular por la red, es que uno descubre que ya hay autores que solo se mueven en el mundo virtual. Definitivamente, existe vida literaria más allá del papel.