Mi abuela se llamaba Adela. Era menuda y siempre vestía de negro. Viuda y madre de 6 hijos. A tres los enterró ella, dos vivían cerca de ella y del otro, (su Juan) hacía más de 20 años que no sabía nada de él. Se había marchado voluntario a la guerra con 18 años. Después de ese tiempo, había perdido la esperanza.

Cuando yo nací, mis padres, para "ilusionarla", me pusieron de nombre Juan (por mi tío) y José (por su marido). Ella fue para mí como una segunda madre. Centró toda la fuerza y el cariño que tenía acumulados para mí: le había vuelto una nueva esperanza.

A medida que yo iba creciendo, me parecía más a mi tío. Y eso le hacía recordar. Muchos días, durante la siesta, cuando toda la familia estaba en casa, ella se asomaba a la puerta con mucho sigilo y volvía a entrar casi llorando. Una vez la pregunte por qué lo hacía. Algún día lo entenderás, contestaba. Ella aún mantenía la esperanza.

Pero el tiempo pasa irremediablemente y la vejez atacó a mi abuela, ya tenía 92 años. En su casa, rodeada de todos los suyos, se fue apagando poco a poco. El día antes de morir, cuando fui a verla, me dijo: Juan, hijo, ¿dónde estabas? Ten mucho cuidado. Yo tenía 18 años. Su cara reflejaba esperanza.

Heredé de mi abuela el interés por saber qué había sido de mi tío. Me preguntaba, ¿quién era?, ¿por qué no se sabía nada?, ¿Dónde estaba? ¿Qué fue de él? El silencio o las evasivas era lo único que conseguía. En pleno apogeo de la dictadura franquista, preguntar o hablar de un 'rojo' no era lo más inteligente. Pero yo, como mi abuela, no perdía la esperanza.

TUVIERON que pasar otros treinta años. Con la era de la informática pude averiguar que mi tío, después del exilio, luchó con el ejército francés en la Segunda Guerra Mundial. Al caer Francia en manos del III Reich, le hicieron prisionero y le trasladaron al campo de concentración de Mauthausen, un campo de exterminio, donde murió el 17 de noviembre de 1941. Y así se lo conté a mi abuela, desde mi interior, aunque yo creo que en ese momento ella ya lo había encontrado. Nunca hay que perder la esperanza.