Escribió Thomas Mann que llegar a Venecia por tierra es "como entrar en un palacio por la puerta trasera", y que había que abordar esa ciudad como él lo había hecho: por mar. Claro que Mann lo escribió, en su novela Muerte en Venecia (1911), cuando el turismo de masas todavía ni se sospechaba. Hoy en día, sin embargo, es un hecho que la gran mayoría de turistas entran en Venecia por tierra --es decir, por la puerta trasera--, y permanecen en la ciudad el tiempo justo para hacer unas fotos del Gran Canal, del puente del Rialto y de la plaza de San Marcos y comprar una góndola en miniatura que probablemente olvidarán en un rincón al regreso.

Esas cosas las tiene Venecia. Es una imagen tan vista, y sin embargo tan fascinante, que el viajero se esfuerza por contemplarla a través de la mirada de los artistas que le han precedido: Canaletto, Casanova, Goethe, Byron, Mann, Visconti, Brodsky e incluso el Corto Maltés de Hugo Pratt. Y ni aún así resulta fácil. En 1786, en su Viaje a Italia, Goethe escribió: "Ya se ha dicho y escrito tanto acerca de Venecia que no me entretendré en descripciones". Si esto sucedía hace 120 años, ¿qué decir ahora de esta ciudad tan literaria?

Recorrido por sus calles

No es fácil escribir sobre Venecia, pero hay que ir allí, a poder ser en invierno, cuando la niebla y la lluvia consiguen que la ciudad ensaye todos los tonos del gris. En verano se tiene la ventaja de los días soleados, pero el calor, el siroco y la pestilencia de los canales, junto con la ciudad-museo que se esfuerza por morir con dignidad.

Un recorrido por el Gran Canal es hoy, sin duda, la mejor iniciación a Venecia. En el trayecto que va de la estación de ferrocarril a la plaza de San Marco se puede admirar la vigencia de una vía de agua por la que circulan vaporettos, ambulancias, bomberos, alimentos, materiales de construcción, policías y basureros, con el telón de fondo de unos palacios que honoran a la Serenísima República. El puente del Rialto surge a los ojos del visitante como una realidad que se diría robada de algún cuadro, igual que sucede con la elegante plaza de San Marcos, mientras que la acumulación de góndolas lleva a pensar que Thomas Mann las asocia con ataúdes en Muerte en Venecia , novela agobiada por el fin de la vida.

Ciudad de excesos

Brodsky, nobel de literatura en 1987, opina que esta es una ciudad más adecuada para escenificar un divorcio que una luna de miel. Y, tras recordar que viajar en góndola es caro, añade: "Eso es lo que explica la edad avanzada de los pasajeros de las góndolas: un septuagenario puede desembolsar la décima parte del salario de un maestro sin quejarse. La visión de estos decrépitos Romeos y sus desvencijadas Julietas es invariablemente triste y violenta, por no decir horrible".

Tristezas al margen, sin embargo, maravilla en Venecia comprobar que el deslumbrante decorado está siempre allí, noche y día. Tras el paseo por el Gran Canal, es obligado perderse por los callejones en busca de la belleza recóndita, de una soledad subrayada por el sonido de las campanas y el eco de los pasos. Porque también en eso, en la insistencia del silencio y en la ausencia de coches, Venecia es única.

Los excesos de Venecia pueden producir desvarío, pero si se quiere comprender la ciudad hay que ir en busca de los barrios que se ocultan detrás del Gran Canal; conviene perderse por la isla de Giudecca, o pasear por el Astillero o Santa Croce, donde sobrevive una Venecia que no se deja agobiar por el peso de su historia.