Fue un médico local, Lope Sánchez de Triana, quien iniciara en 1602 las obras de este convento que fuera de las monjas Clarisas. No quedó rematado hasta bien entrado el siglo XVII. Por desgracia, las desamortizaciones del XIX desmembraron el conjunto. Las dependencias del convento pasó a ser residencia privada (hoy es la sede del Consorcio de la Ciudad Monumental) y la iglesia fue utilizada como almacén, escuela, teatro y museo, que es el uso que hoy mantiene al ser la sede de la Colección Visigoda. Es una obra señera del barroco clasicista, a pesar de los muchos avatares que tuvo su edificación. Sobre robustos zócalos de granito arrancan muros con cajeados de ladrillos recercados con mampostería. Los vanos y esquinas son, en su integridad, de granito. En su interior podemos apreciar que el templo es de una sola nave, dividida en dos tramos por medio de grandes pilastras, con cabecera cuadrada. Las cubiertas de los tramos son de medio cañón y de medio cañón con lunetos. El crucero, sin embargo, luce una cúpula sobre pechinas rematada con una linterna. Al exterior no se aprecia la cúpula porque está enmascarada por una terraza cubierta. De los edificios civiles y religiosos de esa gran ciudad que fue la Mérida visigoda nos restan multitud de testimonios, especialmente de las piezas que los decoraron: cimacios, pilastras, ventanas, columnas, celosías, o que formaron parte de la liturgia en las iglesias del poderoso obispado emeritense: canceles, pilas, mesas de altar… También podemos ver laudas o inscripciones sepulcrales de los cristianos de esa época, así como objetos de orfebrería, cerámica y vidrio. En la dependencia junto a la antigua iglesia se conserva un claustro rectangular de dos plantas.