Es difícil transmitir el efecto de fascinación que Los cuernos de Don Friolera, al cabo de un siglo de publicarse, ha ejercido en esta pequeña y pirandelliana compañía. Desde el día en que la leímos juntos y la elegimos con entusiasmo, ignorantes entonces de la fase sombría por la que inmediatamente iba a pasar el mundo, hasta ahora, cuando acariciamos el momento, por fin, de subirnos con ella a las tablas. Tuvimos que detener nuestro enamoramiento de sus guiñolescos personajes porque un esperpento real había llegado a desafiar al esperpento ficticio de Valle Inclán. En cualquier caso, se comprende bien por qué esta es una de las obras más representadas de la dramaturgia hispánica. La corrupción social y moral, la presión de los más perniciosos estereotipos culturales en las personas, en muchas ocasiones tal y como la sufrimos en la actualidad, está retratada magistralmente en sus diálogos, con un sagaz distanciamiento. Quizás de ahí nace esa sensación de auténtica vida al sumergirse en ella. No se la pierdan.
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