La idea es la siguiente: a la compañía RHUM le ofrecen hacer un clásico y eligen El diablo cojuelo. En el espectáculo se trenzan -o, más bien, riñen- dos tramas: la de la obra de Véléz de Guevara -tratada con mucha libertad, es cierto, pero también con mucho respeto por un servidor- y la de la compañía -siempre a punto de fracasar; de fracasar a lo grande, como fracasan los payasos- en su empeño por montar la pieza.

¿Un clásico apayasado? ¿Un espectáculo de payasos con citas clásicas? Qué va: un clásico muy payaso; muy payaso y muy clásico. La mirada ingenua y salvaje del payaso es capaz de homenajear al clásico y, al tiempo, de reírse de él y de nuestra relación con él -y de nuestra relación con los clásicos, en general-.

He trabajado teniendo en la cabeza, en todo momento, a Martínez, a Arquetti, a Giuliani, a Paganini, a Pepino y a Piero. Sabiendo que lo más importante será lo que estos maravillosos payasos y formidables actores descubran, primero en los ensayos y luego en su encuentro con los espectadores. Y gozando cada minuto de una de las aventuras más bellas en que me he metido desde que estoy en el teatro.