Las taras consustanciales a la masculinidad llevan años convertidas en asunto cinematográfico de cabecera, y -con motivo- y la mayoría de las películas que hablan de ellas se centran en los daños que causan a las mujeres. ‘Manodrome’, presentada este sábado a concurso en la Berlinale’, trata de explorar los efectos que ese virus tiene en un hombre psicológicamente vulnerable.

En cualquier caso, no se muestra interesada en usar a su protagonista como representante ni del movimiento vehiculado por los llamados ‘incels’ -célibes involuntarios- ni del tipo de la especatularización de lo misógino encarnada por ‘influencers’ como Andrew Tate. “No he querido hacer una película sobre la extrema derecha ni sobre internet”, ha asegurado ante la prensa su director, el sudafricano John Trengrove. “Es una crisis más amplia, causada por hombres que reprimen sus sentimientos y los compensan de hiperagresividad y postureo”. 

‘Manodrome’ se centra en un conductor de Uber que, mientras trata de lidiar con la ansiedad que le generan su inminente paternidad y la reciente pérdida de su empleo, se esfuerza por esconder sus traumas -el abandono paterno, una infancia marcada por el sobrepeso, la atracción no asumida por las personas de su mismo sexo- bajo los músculos que nutre de forma obsesiva en el gimnasio; en su piel.

Jesse Eisenberg ofrece una de sus mejores interpretaciones gracias a su capacidad para sugerir terror, fragilidad, desesperación y rabia impostada a modo de escudo. A su lado, dando vida al gurú de una secta que promueve una virilidad basada en el desprecio absoluto a la mujer, Adrien Brody exhibe la combinación idónea de carisma y peligro. De hecho, el trabajo de ambos actores es lo mejor de una película que, en última instancia, se muestra menos atenta a explorar las conexiones de su premisa con el mundo real que a tomar un batiburrillo de préstamos de películas como ‘El club de la lucha’ (1999) y ‘The Master’ (2012), y que por momentos amenaza con establecer despistadas conexiones entre la misoginia y la homosexualidad latente.

Peor aún, el destino de su antihéroe protagonista parece determinado desde el instante mismo en el que lo vemos por primera vez, y a medida que lo vemos hundirse progresivamente en la miseria se hace cada vez más difícil interesarse en él y mucho más en la posibilidad de su redención.