-¿Qué le interesó más de ‘El embarcadero’?

-Me lo pasó Álex Pina y sabía que Vancouver Media, responsable de La casa de papel, estaba detrás. Sabía que él y Esther Martínez Lobato iban a escribir los guiones, que Jesús Colmenar iba a dirigir estupendamente y que Migue Amodeo (director de fotografía) la iba a iluminar. No hacía falta ni que me explicaran de qué iba: si algo caracteriza a estos creadores es su necesidad de contar las cosas de una manera original y diferente. A Álex Pina le gusta darle la vuelta a las historias y buscar un punto de vista inédito. Eso siempre motiva. Pero cuando comencé a estudiar mi personaje me di cuenta del reto al que me enfrentaba. Era un salto al vacío y eso me terminó de convencer. Para un actor es muy gratificante enfrentarse a un papel que no sabe por dónde coger. Es un personaje que se puede condenar fácilmente, así que mi trabajo era quitarle la culpa, y eso era complicado.

-¿Le costó entender las motivaciones de Óscar, su personaje?

-Mantener una doble vida con dos mujeres es algo totalmente alejado de mí. Hay personajes hacia los que te sientes más cercano, y otros con los que no tienes nada que ver. En este caso, Óscar era lo opuesto a mí. Necesitaba entenderlo y lo que le ocurre no lo entiende ni él: se enamora al mismo nivel de otra persona. Las quiere igual, pero de distinta manera. Y por ahí fue por donde lo enganché. Es un hombre dividido.

-Es un triángulo amoroso con un punto de misterio…

-Y, sin embargo, descoloca. Porque la infidelidad es un tema muy manido que se ha contado mil veces. Así que el mecanismo aquí era explorar otras vías que no hubiéramos visto a lo largo de tres siglos de literatura. Que no hubiera culpa, que no hubiera celos, sino contar una historia de amor verdadera, de un hombre enamorado de dos mujeres.

-La serie no juzga.

-Una de las cosas que más me sorprenden es que cuando el personaje de mi mujer, Alejandra, se entera de la infidelidad, todos a su alrededor la incitan a que le odie. Y ella, en vez de dejarse llevar por la ira, intenta entender. Se para a pensar y se da cuenta de que no había nada que no fuera sincero en su relación. Ella da la vuelta a los prejuicios e inicia su propio camino de autodescubrimiento. Igual esto choca un poco al principio, pero ese cambio de perspectiva resulta fundamental. ¿Qué pasa si contamos la historia desde otro sitio?

-Su personaje está en ‘flashbacks’, ya que la serie comienza con su muerte. ¿Eso no es arriesgado?

-La narrativa era uno de los desafíos. La serie se salta la cronología porque la importancia no la tiene la historia, sino el relato emocional. Por eso se salta los tiempos, los puntos de vista y apuesta por imágenes, recuerdos, sensaciones. Es una de las cosas que más me gustan de la serie, que no solo cuenta lo que ha pasado de verdad, sino también lo que ella, Alejandra, imagina que pudo haber pasado. Hay muchas capas entre lo vivido y lo soñado y, además, estamos girando todo el rato la perspectiva. En efecto, toda la construcción del personaje está hecha hacia atrás y con esa narrativa completamente desestructurada. Pero el espectador de hoy en día sabe perfectamente cómo reestructurar en su cabeza y ponerlo todo en su sitio.

-¿Cómo ha sido trabajar con las actrices Verónica Sánchez e Irene Arcos?

-Son dos actrices maravillosas, brutales, y ha sido un viajazo poder trabajar con ellas. Cuando te metes en terrenos tan turbulentos y pantanosos emocionalmente hablando, saber que tienes delante a una persona que se va a abrir también es muy gratificante, porque se puede llegar muy lejos juntos.

-Su personaje, Óscar, se debate entre lo racional y lo instintivo. ¿Cómo es usted como intérprete?

-Soy muy técnico. Me gusta tener presentes a todos los miembros de los equipos, porque considero que hay que trabajar al unísono o nada saldrá bien. Soy muy meticuloso, muy cuadriculado a la hora de enfrentarme a las cosas, y en este caso tenía que abordar el personaje de una manera diferente: cuando lo tuve todo claro, tuve que romper con todo y que, de lo trabajado, quedaran posos. Y de ahí, ir sacando la interpretación, porque tenía que estar viva.