Amar es para siempre; Acusados; Sin tetas no hay paraíso; Luna, el misterio de Calenda; Sin identidad; La sonata del silencio; La catedral del Mar; Mario Conde: los días de gloria; Los nuestros; El comisario; Hospital Central, Gigantes… El currículum de Daniel Grao (Sabadell, 1976) es un buen muestrario de las series españolas que han pasado por la pequeña pantalla en la última década, una lista a la que dentro de poco sumará dos nuevos títulos: Promesas de arena, para TVE-1, y Perdida, para Antena 3.

-En ‘Gigantes’ interpreta a Tomás, el hermano más sibilino del clan. En la primera temporada no se había manchado las manos, pero en la segunda eso cambia.

-Hasta ahora podíamos sospechar de la peligrosidad de Tomás Guerrero, pero no le veíamos enfangarse. Era el criminal de guante blanco sin escrúpulos, con la misma falta de moral y de valores pero que, en vez de ejecutar él el trabajo, llamaba a otro para que lo hiciera. Y en esta temporada le vemos metido en faena. Hay un despeine, literal, del personaje que me sedujo como actor.

-¿Qué más le sedujo? de este serie de Movistar+

-La especie de road movie que se dibuja entre el personaje de Isak [Férriz] y el mío. Esa cosa de necesitarse y, al mismo tiempo, desear eliminarse, juntando a dos tipos que quieren acabar el uno con el otro, me parece un hallazgo. Además, es muy atractiva la convivencia en su huida por esos caminos. Es un contexto particular que también ha dado pie a una sutil comedia.

-¿Comedia en una serie tan cruda como ‘Gigantes’?

-Una de las primeras premisas de Enrique [Urbizu] era huir del naturalismo, sobre todo en la familia que porta el veneno Guerrero, haciendo un clan casi de cómic. Y al alejarte tanto del naturalismo te puedes permitir muchas licencias, como una sutil comedia cuando mi personaje y el de mi hermano protagonizan una huida por momentos cutre. Me viene a la cabeza una secuencia en la que lavan la ropa en el río, desnudos, con una pastilla de jabón. Tiene algo casi cómico, y de wéstern también.

-¿No cree que, a pesar de sus diferencias, Daniel y Tomás no son tan distintos? ¿O incluso que su personaje es el más peligroso de los dos?

-Comparten el bicho que llevan dentro, pero con formas diferentes. Daniel, precisamente por detestar tanto al padre, acaba pareciéndose mucho a él y tiene una violencia más callejera y centrada en lo físico, y más noble también, porque la ves venir. Tomás tiene la complejidad del segundo hijo que está más a la sombra, pero que es mucho más sibilino y retorcido. Aunque aparentemente no le veamos tan violento, es más peligroso.

-¿Cómo se ha sentido metido en las escenas de violencia en las que ahora dice que se ve envuelto su personaje?

-Me divertí mucho explorando ese lado medio psicópata que tiene Tomás, de quitarse la americana para no mancharla y poder asesinarte a gusto, porque es una violencia diferente. En cambio, la violencia del que se enciende, se ciega y se siente impulsado a discutir con alguien, que es algo que nos puede pasar a todos en mayor o menor grado, es la que representa más mi hermano.

-Ha comentado antes que la serie no pretende ser realista, pero, por ejemplo, son bastante reconocibles los temas de corrupción que aparecen.

-¡Es que España está metida en tantos fregaos de corrupción política que cada día surgen cosas! Recuerdo estar rodando y de pronto salta el escándalo Villarejo. Y dices: ¡no me lo puedo creer, parece que la serie se está escribiendo al día, pero ya estaba escrita! La serie no es tan realista en la puesta en escena y en la familia protagonista, pero al final los temas que trata la ficción, para que creen cierta empatía con el espectador, tienen que resonar de alguna manera. Así que la realidad siempre está ahí.

-Por cierto, usted también hizo el cásting para Daniel...

-Sí. Probé para Daniel, luego para Tomás, luego otra vez para Daniel… Y dejé de saber del proyecto. Hasta que volví a coincidir con la directora de cásting y le pregunté, pensando que no me habían dado el papel, y me dijo que yo estaba en la serie, pero que se estaba reescribiendo y se iba a retrasar como un año.