'A dos metros bajo tierra', la serie que plantó cara a la muerte, cumple veinte años. Una efemérides que llega cuando todavía estamos inmersos en la lucha contra la peor crisis sanitaria de los últimos años, donde la pandemia nos recuerda cada día la fragilidad de la existencia. El 3 de junio de 2001 HBO emitió su primer episodio y nada volvió a ser lo mismo. Un explosivo cocktail que incluía sexo, muerte, enfermedad mental y religión con toques de surrealismo y humor negro. Salvo dos bandas negras verticales en los laterales de la pantalla durante las dos primeras temporadas, que indicaban que todavía no se llevaba el formato panorámico, y el hecho de que los protagonistas vieran sus fotos en papel y sacaran del videoclub cintas de VHS, nada indica que han pasado dos décadas. La serie sigue teniendo la vigencia que tuvo en sus inicios. Es inevitable que la plataforma nos sorprenda pronto con alguna reunión de todo el reparto para conmemorar el momento. El otro gran título de la casa que más se entiende en estos días de pandemia es 'The Leftovers'.

Mientras otras familias televisivas se dedicaban al petróleo, al vino, a los medios de comunicación... los Fisher tenían una modesta funeraria en Los Ángeles. Los hijos de Nathaniel Fisher (Richard Jenkins) asumieron la tarea de continuar con el negocio familiar tras la muerte de su padre en el primer episodio. En aquellos capítulos iniciales, los Fisher luchaban por evitar ser absorbidos por grandes corporaciones que amenazaban con convertir el negocio en algo más impersonal.

Al comienzo de cada episodio sabíamos que alguien iba a morir. Escenas en las que asistíamos a los momentos finales de la estrella invitada de la semana, como si estuviéramos en clásicos procedimentales de los 70 como 'Vacaciones en el mar'. Habitualmente, los futuros clientes de los Fisher eran personas que se incorporaban a la cotidianidad de sus vidas sin saber que la parca iba a cruzarse en su camino para llevárselos. Vimos muchas muertes a lo largo de las cinco temporadas de la serie. Accidentales, absurdas, dramáticas, crueles, tiernas, sorpresivas e incluso cómicas. La vida abandonaba sus cuerpos, despojándoles de cualquier dignidad en sus momentos finales. Episodio tras episodio, los Fisher ayudaban a los desconsolados familiares a sobrellevar el duelo y hacer frente a la tragedia. De alguna manera, ellos también acababan cargando con ese dolor y lo arrastraban a la normalidad de sus vidas. Daban toda la paz y el consuelo que podían, pero se olvidaban de guardar algo para ellos.

En la televisión hay muchos ejemplos de familias disfuncionales y una de ellas eran los Fisher. Nathan (Peter Krause) era el hijo pródigo, el primogénito que volvía al hogar tras la muerte del padre para ayudar en sacar adelante el negocio familiar y que se zambulló en un tormentoso romance con Brenda (Rachel Griffiths), cuya vida desinhibida y promiscuidad sexual escondía profundos traumas emocionales. David (Michael C. Hall) era el hijo que renunció a sus planes de ser abogado para quedarse a trabajar con su padre y que hasta el momento en que arrancaba la trama mantenía su homosexualidad oculta en el armario. Claire (Lauren Ambrose) era la adolescente de la casa, con tendencia a rodearse de chicos problemáticos durante los locos años de su juventud. En cuanto a la matriarca de los Fisher, Ruth (Frances Conroy) parecía vivir una segunda juventud tras enviudar después de haber pasado toda su vida a los cuidados del hogar y su familia. Quizá la incapacidad de encontrar la paz interior de esos personajes derivaba de lo cerca que tenían que tratar a diario con la muerte y el dolor que ella apareja para los que se quedan.

La serie fue creada por un Alan Ball en estado de gracia después de ganar el Óscar por el guión de 'American Beauty'. Pasó a formar parte de ese póquer de ases con el que HBO marcó un antes y un después en la historia de las series de televisión, en el que nos encontramos con 'Los Soprano', 'The Wire' y 'Sexo en Nueva York'. Ball fue uno de los niños mimados de la casa y de su factoría salieron otros títulos como 'True Blood', 'Banshee' y la fallida 'Here and Now', en la que trató de volver a sus raíces.

En 'A dos metros bajo tierra' no había fundidos en negro, sino en blanco. Quizá simbolizando esa luz que aseguran algunos que llega a los moribundos en sus momentos finales. Otro sello marca de la casa lo constituían esas secuencias en las que vemos las fantasías mentales lo que al protagonista le gustaría hacer ante determinadas situaciones y luego lo que realmente hacían. Y muchos diálogos imaginarios con los difuntos que en ese momento estaban tumbados en sus camillas, listos para ser embalsamados.

Su último episodio está considerado como uno de los mejores finales televisivos de la historia. ¿Quién no recuerda títulos que han sido apedreados y lapidados porque su desenlace no había estado a la altura de lo que esperaban sus fans? A medida que avanzaba la serie, habíamos visto cómo la muerte rodeaba a los Fisher. Al principio podían ser personas desconocidas, pero los que llegaban a llenar sus ataúdes cada vez eran más cercanas a ellos. Cuando la tragedia golpea de lleno a la familia, dándoles un zarpazo del que parece que no van a poder recuperarse, algunos personajes se entregan a la desesperación de tener la certeza de que, da igual lo que hagan, porque el destino para todos va a ser el mismo. Pero la serie se guardó un hermoso epílogo con música de Sia para sus momentos finales. Una secuencia que esconde la moraleja de que, efectivamente, la muerte será el destino de todos. Pero lo que verdaderamente contará no es la meta en sí, sino la actitud con la que se realizó el viaje. Puede que el dolor nos acompañe para siempre, pero la vida es capaz de depararnos muchas otras sorpresas.