Los Juegos de Tokio han sido los Juegos catódicos. Sin público en las gradas, sin la emoción en vivo, los atletas han acaparado las celebraciones y las cámaras se han quedado sin planos de éxtasis colectiva en el mismo escenario. Ha faltado la comunión eléctrica que necesita el logro olímpico, pero el vacío ha sido llenado por el "alma", según el metafísico resumen de Thomas Bach, el presidente del COI.  

A unas horas del cierre de los Juegos, Bach quiso regalar a los sufridos organizadores de Japón una declaración de reconocimiento en su balance. Han luchado contra todo tipo de elementos antinaturales de la experiencia olímpica: el retraso insólito de un año. La enfermedad acechando. La logística para aislar a la comunidad deportista de la aprensiva sociedad. Demasiados frentes; demasiado gordos. Merecían, pensó Bach, unos buenos golpecitos en la espalda.

"Después de tener que aceptar la decisión de las autoridades japonesas de no tener espectadores, debo admitir que estábamos preocupados de que estos Juegos Olímpicos pudieran ser unos Juegos sin alma. Pero por suerte -prosiguió- lo que hemos visto ha sido totalmente distinto. Los atletas han dado a estos Juegos una gran alma olímpica. Por lo que he visto, debo decir que la atmósfera ha sido más intensa que nunca".

Evento torcido

Tokio ha sobrevivido a un acontecimiento torcido, aunque bajará el telón con la percepción de que ha organizado los mejores Juegos posibles dentro de las hostiles circunstancias. Con un ojo, la organización miraba el medallero, el podio, la competición; con el otro, los índices de coronavirus. Tokio-2020 cierra con la cifra más alta de infectados diarios en la capital. Más de 5.000 este viernes. De hecho, están al alza en todo el archipiélago. 

Según el COI y los organizadores, este aumento de casos no tiene nada que ver con la cita olímpica. "La burbuja ha funcionado", subrayó Bach. La restricción de movimientos a la familia olímpica, sometida además a constantes pruebas de PCR, impidió que se produjera ni una sola infección entre los implicados en el evento y la población local, y viceversa, según datos de los anfitriones. Apenas 29 deportistas y ninguno de ellos grave han dado positivo.

Deportivamente, hemos presenciado unos cuantos momentos icónicos. Algunos récords del mundo en atletismo, la felicidad italiana en particular en velocidad, un cambio de guardia en natación y un suceso para el recuerdo: la confesión de Simone Biles sobre su apagón psicológico. Obligó al mundo a mirar de otra manera el deporte de élite. Con suerte para siempre. 

Debates complejos

Los Juegos también suponen una plataforma para avances sociales y debates complejos: lo es el de la primera participante transgénero, la australiana Laurel Hubbard en halterofilia, que en la competición sucumbió y cayó a la primera de cambio. Tanto ruido previo sobre posibles ventajas hormonales que luego no se vieron. 

Los Juegos también dan cabida sin querer a conflictos geopolíticos. Existe una tradición de ello. Esta vez el punto de mira recayó en ese país autoritario de Europa que es Bielorrusia. A sus gobernantes se les ocurrió llevar a cabo una operación de repatriación forzosa de la velocista Krystsina Tsimanouskaya. Un secuestro de Estado fallido. La atleta se esconde ahora asilada en Polonia.  

Satisfacción española

España vivió ayer un broche de metales satisfactorio. Cuatro medallas. Tres de plata, una de bronce. Se escapó el oro en fútbol y en waterpolo femenino. Un total de 17 éxitos, a la altura de los últimos Juegos. Cosechó 17 también en Río la delegación española. 18 en Pekín. 19 en Londres. 20 en Atenas. Particularmente ufanas fueron ayer las victorias de balonmano en el partido por el bronce y la plata de Saúl Craviotto. El palista, policía y chef de Lleida iguala a David Cal como deportista con más medallas. Cinco ambos. Hoy habrá un balance satisfactorio de las autoridades olímpicas españolas. 

Alivio nipón

Las autoridades de Japón, por su parte, sentirán alivio de haber dejado finalmente atrás el evento que siempre corrió peligro. Han hecho lo que han podido para albergar la plataforma para los sueños olímpicos.

El suspense se mantuvo hasta pocos días antes de que se encendiera el pebetero. La oposición de la ciudadanía se acalló más allá de algunos alaridos durante la ceremonia. Y en general queda la impresión de que Japón se quedará más tranquila cuando vea a los 11.000 atletas y acompañantes coger los respectivos aviones de regreso a sus casas. Cabe esperar que la normalidad se recobre en París-2024.