Ya sabemos que una cosa es la Historia y otra la Memoria. La oposición entre ambas que planteaba hace unos días Alfonso Pinilla en un artículo titulado "¿Historia contra Memoria?" (19/12/2006) no existe como tal. Por otra parte no es cierto que "el memoriador inventa" y "el historiador conoce". La unión de las dos palabras, "memoria histórica", que tanto rechazo produce en algunos, quiere decir simplemente recuerdo de la historia que cada uno ha vivido o conoce de primera mano. El que Alfonso Pinilla llama el memoriador no inventa sino que recuerda. Para el que en vez de recordar inventa, existen otras palabras. El caso es que, por mucho que a algunos les fastidie, la gente tiene derecho a recordar. Resulta que tanto la historia como la memoria de los vencidos fueron prohibidas por la dictadura y que luego la transición, con su mensaje de fondo de que reconciliación equivalía a olvido y memoria a rencor, sofocó de nuevo la posibilidad de recordar y puso trabas de todo tipo a la investigación del golpe militar y de la represión, empezando por la destrucción de archivos. El autor hace suya la conocida opinión de Santos Juliá de que el modelo de transición no sólo no dio lugar a ignorancia alguna del pasado sino que todo se investigó hasta el fondo. Quizás por esto, y puesto que la Historia se supone que ha ido viento en popa desde la transición, no se explica Alfonso Pinilla la algarabía creada por la irrupción de la Memoria.

XEL DISCURSOx del profesor de la Uex alberga un visible, aunque no manifiesto, deseo de que la Historia no salga de la Academia (o quizás más bien de que vuelva a ella). Pero yo siento decirle, y hablo pensando en el país en general, que si tal cosa ha ocurrido ha sido en parte porque la Academia olvidó su función social. No son "las nuevas condiciones políticas del presente las que han vuelto a anteponer la Memoria a la Historia". Los movimientos en pro de la Memoria Histórica comenzaron hace diez años, bastante antes de que los partidos políticos se implicaran en el asunto a favor o en contra. Tampoco existe una "vergonzosa guerra de esquelas", lo que sí existe son unos sectores alentados desde la extrema derecha política y mediática que no admiten que los vencidos recuerden públicamente y por una vez a sus muertos. Sabiendo todo lo que el franquismo hizo durante décadas por sus caídos, esta cruzada contra la memoria de los vencidos resulta escandalosa. Pero cumple su objetivo: impone el concepto de que existe una guerra de esquelas . Dos bandos.

Para Alfonso Pinilla no resulta sorprendente que "ante la memoria de los vencidos resurja la de los vencedores". En realidad la memoria de los vencedores nunca ha dejado de estar ahí y de hecho es la memoria predominante en nuestro país, un país cuajado de lugares de memoria franquistas y que, para colmo, tiene que sobrellevar a una Iglesia que, pasada la transición, no ha dejado de recordar año a año a sus mártires. En España hay lugar, mucho lugar, para la memoria de los vencedores pero muy poco para la memoria de los vencidos. Y respecto a la conocida máxima de Orwell que se cita resulta evidente que está fuera de sitio. El pasado aquí todavía tiene dueño y el problema es precisamente que hay quienes, controle quien controle el presente, no están dispuestos a perderlo. Quizás lo que perturbe a la poderosa derecha española es el horror vivido que transmite la memoria histórica de las víctimas del fascismo. La derecha preferiría el silencio absoluto sobre el pasado, silencio al que llama "espíritu de la transición".

Nosotros, los historiadores, que sabemos que casi todo lo que queda en los archivos es memoria de los vencedores, tenemos el deber de recoger con especial cuidado la memoria de los vencidos, de los nadie, cuya voz no suele aparecer en la historia. Los tiempos en que la Academia controlaba la Historia ya han acabado. Ahora la cosa se ha complicado un poco y para investigar la historia del golpe militar, de la guerra y del fascismo no basta con acudir al archivo, sino que, mientras podamos, hay que recoger la memoria viva del fascismo de labios de quienes lo padecieron. Es necesario insistir en que, aunque la base sean los documentos, hay hechos, aspectos y matices del pasado a los que sólo podemos acceder por la Memoria, especialmente cuando lo que nos ha llegado de los vencidos ha sido filtrado por los vencedores. Lo que hemos aprendido, después de tantos años, los investigadores de nuestro pasado reciente es que la Historia y la Memoria se necesitan mutuamente y se complementan.

En última instancia, el problema no es entre Historia y Memoria sino entre Historia y Propaganda. Pero en esta lucha, al menos hasta el momento y salvo honrosas excepciones, la Academia se mantiene al margen.

*Historiador