TGtestar una persona, parirla y criarla es una tarea intrínsecamente femenina. A pesar de que la última parte se pueda compartir con un compañero a medida que la criatura crece, la implicación de una mujer en la procreación no tiene ni punto de comparación con el papel que hace el hombre. Tener hijos no es un capricho, no es solo un acto individual sino, en palabras de Helene Deutsch , un servicio a la especie. Por mucha igualdad que se consiga entre hombres y mujeres, la maternidad es incompartible en muchos aspectos. Debe ser por eso que tradicionalmente las culturas patriarcales han inventado mil historias para controlar ese poder de vida ya sea a través de supersticiones absurdas o de preceptos religiosos. Y ha sido siempre la maternidad la gran piedra angular que ha condicionado y condiciona la libertad de la mitad de la humanidad, el área conflictiva donde choca directamente con los intereses individuales de las potenciales madres.

Por eso algunas mejoras médicas han supuesto avances espectaculares tanto para la salud física como mental de las señoras. La medicina ha descubierto formas de hacer más llevadero este servicio a la especie, ha permitido la disminución de la mortalidad en los partos, la planificación de la natalidad y un aumento del control de la mujer sobre su propio aparato reproductor. Esto ha hecho menos violento el choque entre las necesidades individuales y el instinto de perpetuación de la especie. La psicoanalista antes mencionada trataba este gran problema a mediados de los años 40 y la descripción que hace en La psicología de la mujer sigue más vigente que nunca. Pues si el conflicto no era lo suficientemente doloroso tal y como estábamos va y aparece el ministro Gallardón con medidas retrógradas que solo van encaminadas a recuperar el control sobre la sexualidad femenina. Y si se han de tener hijos, sean como sean y no hay ayudas para cuidarlos, ¿quién creen que ha de volver a casa?