TVtoy a ir almacenando por si acaso una guerra, alcachofas, alubias, almendras, alcaparras y almas. Después vendrán los berros boniatos, cebollinos y chirimoyas; también mi colección de clavos y cominos, la polvera de canela y la coliflor para el pelo. Iré apilando los alimentos por orden alfabético sobre una estantería de madera emperifollada con volantes rematados a golpe de ganchillo, empotrada en la pared que linda con la casa parroquial que Cáritas ha instalado en la cordillera periférica de la ciudad.

"Por si acaso una guerra", puede ser cualquier cosa imprevista que surja de la rabiosa enfermedad que a veces padecen los pueblos de la tierra en forma de peste o revolución. De manera que es mejor prevenir y almacenar en la despensa que todos llevamos dentro. Dátiles y duraznos imprescindibles para la causa, emulsiones de remolacha, escarola muy alborotada y hojarasca de espinacas nos darán la fuerza necesaria para emprender la peregrinación hacia el valle de los parados. Cada vez más valle, cada vez más parados en él. La pandemia de este comienzo de siglo a todas luces sin luces. Sigo pues jugando en mi despensa caótica, almacenando conservas y condumios por si acaso una desbandada, una avalancha o un desprendimiento; traigo fideos y una gran cesta de fresas para dar color a las paredes. Hay hambre pero también necesidad de belleza, imperiosa necesidad de algún fogonazo de luz que irrumpa en esta triste huerta de habas, hinojos y lombardas.

Si me permite amigo un consejo, mientras lee usted este "artefacto" de domingo pacífico en su mecedora tris tras, tris tras... le recomiendo encarecidamente que ponga como hilo musical Silencio de Beethoven , la maravillosa herencia de un genio que utilizo para engatusar a los cerezos y así ellos prodiguen primaveras y nos bendigan eternamente con su flor de sal. Silencio, escuchen a Beethoven. Dicen que la casa colindante con mi caótica despensa acoge inmensas filas de niños ignorantes del viaje que han iniciado sus padres, por eso almaceno de forma compulsiva estos días, enormes cantidades de mandarinas, membrillos, nísperos y nueces para endulzar meriendas de trastienda y vergüenza.

XLA IDEAx es que haya comida para todos, sin reclamos ni vencimientos, no pido a nadie que acredite su maldita condición de parado, bastante dignidad ha ido perdiendo uno en cada cita con el Inem como para exigir poner sobre la mesa el estigma social de una lacra, una sangría imparable que lleva a cinco millones de individuos amontonados en trenes, hacia los campos de la desesperanza- de donde muchos no saldrán con fuerza para reconducir sus vidas.

Por eso desde hace un tiempo, y por si acaso una guerra, me viene aleteando la manía de almacenar alimentos en un caos emocional que me impide poner en orden las prioridades. Mi estantería no da para más, no cabe un bote más, ni una lata de sardinas en escabeche ni tarrinas de mermelada ni uvas, zanahorias o zumos. Imagínate los huevos... imposible buscar un hueco. Lamento no tener una despensa mayor, por ejemplo, del tamaño que luce el comedor social de Cáritas que limita con mi caótico almacén de alimentos en el que he guardado también cachitos laminados de alma entre paquetes de lentejas y galletas María. Bien puede ser que los desayunos empiecen a ser demandados con la misma fuerza con la que se descabalgó en la cuadrícula de actividades, el horario de cenas y comidas.

Da pena ver semejante desfile. Van y vienen de la cola del paro a la cola del hambre. "¿No se le cae a usted el alma a los pies?" Me pregunta un anciano mientras recoge su bolsa de pan, aceite y leche. "Mire, mire, le respondo señalando un charquito de agua en el suelo... ahí está mi alma". Y sin mediar palabra el abuelo se evapora, se da la vuelta y mira el rastro que ha dejado a su paso. Una vida entera trabajando, entregado a sus hijos y proyectando doradas habitaciones en una pensión que ahora como él, también se ha evaporado del mapa. No hay respuesta para este despropósito de país que entierra bajo la losa mentirosa de la austeridad el sueño de tanta gente que dobló la esquina de su vida para al fin vivir un poco nada más.

Con el alma en los pies sigo tejiendo nuevos perifollos de volantes rematados a golpe de ganchillo de la abuela porque a lo lejos vienen en manadas amigos, hermanos, compañeros y familias enteras... Van y vienen de sus tristezas hasta la misma puerta de esta caótica despensa. "¿Y a usted, que le pasa por la cabeza cuando ve todo esto?"... chissss Silencio.

*La autora es periodista