El pasado jueves, cuando leí que Víctor Casco había hablado de su orientación sexual en la tribuna de oradores de la Asamblea de Extremadura, no le di demasiada importancia. Lo conozco, alguna vez hasta me han confundido con él, hemos conversado en un par de ocasiones, compartimos el haber sido delegados de estudiantes de la Facultad de Letras en nuestra juventud y el ser usuarios convencidos del ferrocarril en una región en la que no es fácil. Al principio, sin conocer el contexto en el que había pronunciado su discurso, me pareció algo irrelevante, que no tendría ni que haberse destacado en los medios de comunicación, porque es un dato que aporta tan poca información como su número de calzado o el de primos segundos que tiene en Cáceres capital.

Luego leí que sus frases se habían pronunciado durante el debate sobre una proposición para promover en Extremadura la defensa de los derechos de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales, con lo que sus declaraciones iban adquiriendo sentido y oportunidad. Pero fue al día siguiente cuando pude valorar en su justa medida lo importantes de las palabras de Víctor. Tras un vistazo a los zafios comentarios que acompañaban a la noticia en las ediciones digitales, me di cuenta de que todavía queda mucho camino por recorrer, de que la tarea de educar colectivamente --en escuelas y fuera de ellas-- ha de proseguir hasta erradicar las discriminaciones ligadas a la opción sexual de cada ser humano. Necesitamos hoy más personas como Víctor, que con su ejemplo nos acerquen a un mañana en el que nadie se preguntará qué le gusta a su vecino en los pueblos y ciudades de Extremadura.