TAtquel Cáceres de los años sesenta estaba sembrado de vendedores ambulantes de todo tipo y condición que hacían muy populares sus pregones voceando las mercancías que compraban o vendían, mientras se pateaban la ciudad y trasegaban por las calles arriba y abajo. Con sus panas permanentes y curtidas por el uso, con sus zapatillas de esparto, con su boina o sombrero de paja, con el cigarrillo de picadura clavado de fijo en la comisura de los labios, con la cara rajada por la crudeza de la vida, mientras tiraban de las riendas de un burro con amplios serones en su lomo y en los que se albergaba la mercancía correspondiente.

Vendedores que llegaban de las poblaciones cercanas. El Casar de Cáceres, Sierra de Fuentes, Malpartida de Cáceres, y otras, a la búsqueda de unas perras para ganarse la vida como buenamente podían y salir adelante. Según las épocas se escuchaban, en similares a las de los calores estivales de ahora, los de "¡A raja y calaaa...!" o "¡Sandías coloraaaás...!", o "¡Melones dulces y amarilloooos!", que estaban de moda entonces.

XEL MELONEROx, cuando se acercaba el comprador, sacaba una navaja del bolsillo y abría el melón para dárselo a catar al cliente. Si se llegaba al acuerdo en la relación calidad/precio, el vendedor colocaba el melón en uno de los platos de una romana, lo pesaba y trato hecho. Con la sandía pasaba igual. Pero había que verle el color rojo que era sinónimo de calidad y dulzor.

En invierno las calles cacereñas se embadurnaban de carboneros que, con la cara así como encogida y desgarrada por la pena negra, gritaban desde primera hora, tras caminar en plena madrugada desde sus pueblos, cobijados y encogidos bajo una manta: "¡Carbón de encinaaa...!" y "¡Picón de olivoooo...!".

También voceaba por las calles el Pielero Conejero que trataba de adquirir pieles de los lepóridos, que entonces se compraban enteros, con la piel incluida, y que desguazaban las amas de casa, tirando con fuerza de la misma, para trocear posteriormente al animal, o el alfarero que llamaba la atención con su mercancía voceando: "¡Piporros finooos...!", "¡Macetas de barroooo...!".

Semanas antes de la bajada de la Virgen de la Montaña había chicos que vendían "¡Trébol pa los borregos..." a los críos de familias algo pudientes y cuyas familias les compraban un borreguillo, que desaparecía en las proximidades de la romería, y al que durante unas semanas mimaba toda la pandilla con biberones y con trébol, con lazos y cascabeles. Un corderito que, menos a clase, iba a todas partes. Otros pregones eran el de la señora Leoncia Gómez que no paraba de gritar en la Plaza de San Juan a partir de eso de las siete de la tarde: "¡Ha salido el Extremaduraaaaaaa....!" y "¡Las últimas noticias en el Extremadura de hoooy...!", con un fajo de periódicos bajo el brazo izquierdo y mostrando el ejemplar del dia, los de "¡A la rica patatita americanaaa...!", especialidad de una señora que vivía en la calle Margallo, vendiendo su chiclosa mercancía, el del latero voceando "¡El lañaoooó...!", que caminaba con un recipiente de fuego que mantenía y avivaba moviéndolo adelante y atrás de modo permanente y que arreglaba toda clase de pucheros, ollas, cazos, cazuelas, jarrones, palanganas, cacerolas, perolas y barreños, o el vendedor de los ricos dulces del Casar con el grito de "¡Bolluelas, mantecados, rosquillas de anís, roscas de alfajor madalenaaas...!".

Lo mismo que se encontraban vendedores de pajarillos, que cazaban a red, aún estando prohibido, un plato, por cierto, verdaderamente delicioso, y vendedores de ranas musicalizando un sonsonete que se escuchaba del siguiente tenor: "¡A las ricas ranaaaaas, que se comen hasta sin ganaaaas...!". Otro plato, por cierto, delicioso.

XTAMBIENx estaba el afilador que hacía sonar una especie de flautilla o silbato, con la bicicleta a cuestas sobre la que llevaba una piedra de afilar y gritaba: "¡El afiladooooor...!", "¡Se afilan cuchillos y navajaaaas...!", con el mismo pedaleando para hacer girar la rueda de amolar, o el voceo del chamarilero especialista en comerciar con todo tipo de trastos viejos. Asimismo otros vendedores llevaban en un carro un montón de paquetes de patatas fritas que anunciaban al grito de "¡El Gallooo...!", que desde 1957 se elaboraban en la fábrica ubicada en la Plaza de la Audiencia, y, previamente, en la calle Sande, desde que se le ocurrió la idea a Nicolás Condón Leal allá por los años veinte.

También desde Aldea Moret llegaban vendedores de asperón, arenisca, y que utilizaban las amas de casa que se esmeraban de lo lindo en sacar brillo al menaje de cocina. Tampoco faltaba, claro es, el grito del "¡Piñoneroooo...!", con un costal a cuestas, como otros muchos que figuraban en la senda de los recorridos diarios y que se dividían por áreas geográficas, buscando claro es, los núcleos o áreas poblaciones más habitadas.

Asimismo también lanzaban sus pregones a voz en grito aunque fuera de forma monótona y aburrida, hasta la afonía y desgañitarse, aquel que decía: "¡El Chatarrerooo...!", lo mismo que pasaba con frecuencia el arreglador de paragüas al grito de "¡El Paragüerooo...! ¡Se arreglan paragüaaas...!", o los traperos, los escardadores de lana para colchones, los mieleros, y los limpiabotas, casi todos de raza gitana, a la llamada de atención de "¡Limipiaaa...!". Otro pregón, monótono y constante, que se escuchaba por esquinas estratégicas de Cáceres era el de los ciegos y vendedores de cupones y que solían decir "¡Para hoyyy...!. ¡Los iguales para hoyyy".

XY PREGONx corriente era el de muchos vendedores de chucherías, con sus carrillos y de los vendedores de los cines que, aprovechando el descanso, llevaban una cajita con una cinta colgada al cuello y que pregonaban, también en ripio: "¡Hay chicles, pipas, caramelos, regaliz, almendras saladas y garrapiñadas!".

También es de destacar los habituales y frecuentes charlatanes, que ofrecían un amplio repertorio de figuras de porcelana, mantas y otros objetos y que trataban de captar la clientela de las amas de casa y visitantes a su puesto al grito de. "¡Y por el precio de una no se lleva ni dos ni tres. Se lleva hasta cuatro! ¡Vaya chollo!". También, en sus necesidades de ventas, pregonaban: "¡Vamos, guapa, que hoy tiramos la casa por la ventana!".

Gritos de voceos de atención con los que trataban de hacer ver que los clientes, mejor dicho, las clientas, se encontraban ante el chollo de su vida. A la voz de todos ellos salían los cacereños de sus casas, curioseaban las mercancías y adquirían los productos de unos vendedores artesanales y trotamundos, en una estampa ya perdida por las calles de Cáceres.