Hace días salto a los medios el caso de la supervisora de una empresa concesionaria de servicios para la Universidad pública. Esta señora llevaba ya contratados para la empresa a veintidós familiares (hermanos, sobrinos, cuñado, yerno...). Todo un récord. Aunque lo que más llamaba la atención era su reacción frente a las críticas. La trabajadora (y experimentada sindicalista) afirmaba -de manera tan sincera como ingenua- que se había limitado a hacer lo que es normal en estos casos: «colocar» a los parientes. Algo en lo que la aludida, y por vergüenza que nos dé, tenía bastante razón.

Hace unos años la prensa destapo el ejemplar caso del Tribunal de Cuentas, un organismo público (irónicamente dirigido a combatir la corrupción) en el que cien de sus 650 empleados eran familiares y/o allegados de altos cargos y representantes sindicales. Con el agravante de que en algunos departamentos la mayoría de los contratados no tenían otro mérito que ese (en el departamento de informática se descubrió -por ejemplo- que solo cinco de los sesenta trabajadores eran especialistas en informática)...

Hace muchos más años aún, recién ganadas mis oposiciones en Extremadura, conocí el caso de un inspector de educación que -por lo visto- había maniobrado, sin mucho disimulo, para beneficiar a su propia hija. La respuesta que daba el inspector cuando se le reprochaba su actitud era aquello de «por un hijo, lo que sea». Cada vez que cuento esto a alguien del mundillo administrativo me responde con cara de resignada credulidad. Tal vez no sea cierto -me dice- pero sí perfectamente creíble -¡que es mucho peor!-.

Que el caso del inspector sea creíble indica que este país sigue siendo el mismo que describieran Cervantes, Cadalso o Larra. Un país de simpáticos y apasionados pícaros en el que las trapacerías e injusticias cometidas en su propio beneficio o el de sus familias no solo son bien vistas, sino que hasta les dan lustre y honra. «Mira que despabilado...» -nos han dicho desde niños señalando a aquel que, con astucia, se libra de sus deberes ciudadanos (desde esperar una cola a pagar sus impuestos) y consigue ventajas para «los suyos»-.

Subrayemos que, para la mayoría, «los suyos» son su particular tribu familiar (o, en otro sentido, su partido, gremio, sindicato, pueblo...). Diría que los españoles tenemos una especial dificultad para la abstracción, y que eso de que algo pertenezca o beneficie a todos nos parece un tanto irreal. ¿Quién es todos? En este país, para entender y hacerse entender hay que dar nombres y apellidos. Decir que un empleado de limpieza, un presunto informático o un profesor enchufados perjudican a todos parece no significar gran cosa, sobre todo si con ello se beneficia a personas concretas, de carne y hueso.

Pero sí que es cierto que el nepotismo perjudica a todos: promueve la idea de que los méritos y la competencia profesional son irrelevantes y que los puestos de trabajo son poco más que el derecho a una renta vitalicia (el viejo e hispánico sueño de la hidalguía). Todo esto, por supuesto, si hablamos de la administración (no de la empresa privada). Al fin y al cabo, trabajar para el Estado es trabajar para ese abstracto todos, que es como decir para nadie en concreto...

Esto no es culpa de los políticos (otra manía hispánica es eludir responsabilidades). En democracia, los políticos son representantes de la ciudadanía, no maestros de moral. Mientras la mayoría de nosotros practique (o sueñe con hacerlo) las mismas conductas marrulleras que reprocha a los políticos, no tendrá derecho moral a exigirles nada.

El filósofo Platón proponía suprimir la familia en su Estado ideal, para así evitar el nepotismo y reforzar los lazos comunitarios. No hace falta llegar a eso. En muchos lugares del mundo la gente tiene familia, y no por ello deja de entender lo que significan las palabras «comunidad» o «justicia». En otros lugares del mundo, la supervisora del principio, los responsables de personal del Tribunal de Cuentas, o el inspector padrazo que coloca a su hija, son unos simples rufianes. Y no unos tíos listos. Tíos, hermanos, sobrinos... Da igual ¡Con la Familia hemos topado!

*Profesor de Filosofía.