La Unión Europea tiene 24 lenguas oficiales -de trabajo- (Búlgaro, Croata, Checo, Danés, Neerlandes, Inglés, Estonio, Finés, Francés, Alemán, Griego, Húngaro, Irlandés, Italiano, Letón, Lituano, Maltés, Polaco, Portugués, Rumano, Eslovaco, Esloveno, Español y Sueco); como se puede entender en sus comienzos, la Comunidad Europea hablaba un número reducido de lenguas oficiales (neerlandés, francés, alemán e italiano). Idiomas que fueron creciendo en relación a la incorporación de nuevos países, como parte de la idiosincrasia de cada uno de ellos.

Como principio, de acuerdo al Tratado y reglamentos al uso, todos los ciudadanos de la Unión Europea tienen derecho a manifestarse y trabajar sus propuestas, reclamaciones, exigencias y documentos en su lengua oficial. Aunque se reconoce la preeminencia, en este caso, del francés, alemán e inglés.

Sería buen momento para reivindicar el español como lengua de preeminencia, dada el amplio espectro de personas que lo hablan en todo el mundo, en torno a unos quinientos millones, y a la notoriedad y riqueza del mismo; ahí está el elenco de grandes intérpretes de las Artes que lo atestiguan. Con significación clara, sin duda, Miguel de Cervantes, y su destacada obra, El Quijote, traducido a casi la totalidad de idiomas conocidos. Siempre en rivalidad con William Shakespeare, por eso de haber conformado obras de la literatura universal.

Este debate tiene la virtualidad y la oportunidad del contexto de la decisión de los ciudadanos del Reino Unido de salirse de la Unión Europea, además de significar el alejamiento a sus más próximos, desde el punto de vista económico y territorial. Intelectualmente y culturalmente se puede producir una cierta carencia de todo ese acervo cultural, que es mucho e importante.

Quizás no pierda esa fuerza de ser lengua de trabajo, por mor de la inercia de los usos y costumbres de la Unión Europea. A pesar de estar consagrado el principio y regulado de tal manera que todas las reuniones de alto nivel entre los Estados miembros, los participantes tienen derecho a intervenir en su propia lengua.

Es un hecho, y acreditado está que el treinta y ocho por ciento de los europeos hablan inglés como segundo idioma, y parece poco probable que su uso ceda en las instituciones. Por lo que puede resultar irónico, que sea el idioma más habitual de trabajo y, sin el Reino Unido, deje de ser idioma oficial. Porque tanto Irlanda como Malta, que lo tienen como lengua propia, eligieron el gaélico y el maltés, como idiomas oficiales de sus respectivos países.

Es un tema importante de reflexión por cuanto en la cultura que proporciona un idioma encontramos la mejor fórmula de conocer la idiosincrasia de un país, es el lenguaje hablado y escrito la manifestación que mejor y mayor nos define. Y, sin duda, la que entraña nuestro ser más auténtico. Por lo que ahora, sin el Reino Unido, y con un idioma que se queda huérfano del país, este perderá todo su sentido, aunque, quizás, no su utilidad.

Pero, en todo caso, esa burocracia que es Unión Europea deberá consultar acerca de mantener este idioma oficial; además de poder solicitar un cambio del reglamento, a los efectos, - cuya unanimidad es necesaria- si se quisiera proponer que el inglés no siga siendo idioma oficial en la Unión Europea. Todo dependerá de esas negociaciones, que a medida que se acerca la temporalidad del ultimátum hace crecer la incertidumbre tanto en el Reino Unido, como en los países de la U.E. Que un día decidió, por un mínimo margen, que más valía ir solo, que trabajar y seguir creciendo dentro de un marco que es la cultura europea. Y todo ello, parece ser que más que por razones de fondo, por guiarse por el miedo que apodera la incertidumbre de un futuro incierto, frente a la globalidad y al populismo del conservadurismo táctico.