A veces, cuando está apunto de suceder lo inevitable, ocurre lo inesperado. Inevitable parecía la fractura socialista ante la grave lucha interna desatada en las primarias, e improbable que el defenestrado Pedro Sánchez se alzara con una victoria inapelable. Resuelta la crisis por el liderazgo, el reelegido secretario general se ha liberado del marcaje de los barones y ha optado en el 39º Congreso por una ejecutiva sin la integración de los que apoyaron a Susana Díaz, si bien también es cierto que estos optaron por el silencio y la incomparecencia. Como el pedrismo ha sido sustancialmente un movimiento de las bases contra los dirigentes que derrocaron a Sánchez, ahora el ajuste de cuentas va a trasladarse a las federaciones. Reparar la unidad del PSOE va a seguir siendo un reto durante mucho tiempo.

En el segundo desafío es más complejo: recuperar el voto que se ha ido a Podemos y sus confluencias sin descuidar el centro progresista. Robarle sus marcos de referencia pero rehuyendo un abrazo demasiado intenso con Pablo Iglesias. Aquí Sánchez juega con ventaja: su travesía en el desierto, enfrentándose a los poderosos de dentro y fuera del partido, le ha dado credibilidad entre una parte del electorado más a la izquierda, en las franjas jóvenes y urbanas del 15-M.

Pero tiene que ir con cuidado en no dar bandazos. Por ejemplo, la abstención sobrevenida en relación al acuerdo comercial con Canadá ofrece a sus rivales un flanco de crítica demasiado fácil.

Sánchez se encuentra todavía en un momento dulce, pero Mariano Rajoy ha amarrado bien sus apoyos en el Congreso y puede ir tirando, como se ha visto con los presupuestos, comprando el voto del PNV y Nueva Canaria. Además, no nos engañemos, una alternativa de gobierno sigue sin ser posible porque Ciudadanos y Unidos Podemos no son compatibles y un pacto que incluya a los separatistas tampoco es viable.

Por tanto, solo queda el adelanto electoral que depende de factores exógenos a Sánchez: de lo que ocurra con la corrupción y de los intereses de Ciudadanos. Si el PP sigue despeñándose con más casos judiciales, los naranjas podrían tener miedo a ser acusados de sostener hasta al final a un partido corrupto. Pero Albert Rivera, que compite en gran medida por el mismo electorado que Rajoy, tampoco querrá aparecer abriendo el gobierno a la izquierda.

El problema de Sánchez es que, al no ser diputado, solo puede visualizar su alternativa en el Congreso mediante una moción de censura, que José Luis Ábalos, secretario de Organización socialista, ya ha avanzado que no será a corto plazo. Una moción que solo podría prosperar con el objetivo de formar un gobierno técnico para adelantar las elecciones. Un escenario para el que los intereses de demasiados partidos deberían coincidir.

Además, a medio plazo, el principal obstáculo para derribar a Rajoy es la amenaza secesionista en Cataluña. Ningún cambio o reforma sustancial parece posible hasta que esta crisis se haya resuelto. Sánchez, pues, haría bien en moderar entre los suyos las expectativas de cambio y en afrontar su segunda oportunidad como una carrera de fondo.

* Historiador.