La ciencia ficción es el género preferido de los españoles a la hora de escoger una película para ver en el cine. Es al menos lo que ha concluido un estudio realizado por la empresa Cinesa, según el cual el 19 % de los espectadores prefieren las películas de ciencia ficción.

Si hubieran hecho el estudio sin salir de Cataluña, ese porcentaje subiría hasta el 50 %. Solo la pasión por lo fantasioso explica que la mitad de los catalanes vea en los sediciosos Jordis a dos presos políticos, a España como un Estado represor y al melifluo Rajoy como una suerte de dictador sin bigote. Únicamente echando mano de una imaginación desaforada, podría conectarse a Franco (que impidió la instauración de la democracia durante treinta y seis años) con el artículo 155, implantado precisamente para restaurar la dinámica democrática aniquilada por los independentistas. Solo gracias a unos presupuestos lastrados por una entelequia exuberante se podría pensar que iban a alcanzar esa arcadia prometida por la casta de gobernantes indecentes que han gobernado Cataluña en los últimos años.

En la película que se han montado en su imaginación tantos catalanes, iban a tener un país autosuficiente, tremendamente rico y con una autogestión envidiada por todo el planeta. Pero difícilmente se podrá hacer una película con malos actores, malos guionistas y malos directores. Con tan pésimos materiales no puede hacerse cine y, aún menos, política.

El cine y la literatura de ciencia ficción suelen estar bastante lejos de la realidad. Pregúnteselo a la Agencia Europea del Medicamento, que ha dejado a Barcelona en la estacada por exceso de ficción.

En las próximas elecciones catalanas se va a votar entre dos formas de hacer cine y política: desde la realidad o desde la ciencia ficción. Si vuelve a ganar el segundo modelo, muchos tendrán que abonarse, a nuestro pesar, a la dieta de las palomitas y al desempleo.