Los gestos son la «comida rápida» de la política. Igual que las imágenes son la «comida rápida» de la información. Llenan pero no alimentan. Gestos e imágenes remueven un momento la conciencia y se olvidan. Son conmovedores, pero la emoción no basta para cambiar las cosas. Gestos, imágenes y emociones son, en fin, el modo superficial y primario de administrar la opinión pública, de comunicar y de comunicarnos.

Esto no quiere decir que el gesto del gobierno español con los migrantes del Aquarius sea inútil. Es un gesto valioso y valiente -tanto como infame y ruin ha sido el gesto del gobierno italiano-. Pero con los gestos no basta. Ahora viene, o debería, lo importante, lo que incumbe al diálogo y las razones, y no a las imágenes y las emociones.

Ir de una política de gestos a escala nacional a otra de hechos y derechos a escala internacional en torno al asunto de la migración es una tarea ineludible, pero difícil. Y no es difícil por culpa de las élites políticas o económicas. Desde la perspectiva liberal las corrientes migratorias, si no desatan una excesiva conflictividad social, son positivas, «dinamizan», entre otras cosas, y como se dice eufemísticamente, el mercado, empezando por el laboral. Además de que la envejecida Europa, incluso no siendo ya un emporio industrial con necesidad de mano de obra masiva, carece, sencillamente, de suficiente población autóctona como para poder asegurar su futuro bienestar.

Que los inmigrantes suponen más riqueza (y expectativas económicas) que lo que cuesta acogerlos e integrarlos está más que demostrado. El problema, por lo que parece, es hacerle entender esto a las clases medias, cuyo rechazo a políticas de inmigración más «generosas» es probablemente fruto de una combinación de creencias irracionales, inseguridad económica (aunque la precariedad y los bajos salarios son efectos consustanciales a la globalización y no dependen de la llegada de inmigrantes) y cierta deriva identitaria. Factores todos ellos explotados a conciencia, por cierto, por los partidos nacionalistas y populistas de la extrema derecha.

Por esto, la tarea más inmediata, si se quiere ir del gesto al hecho y al derecho en política migratoria, consiste en convencer a la ciudadanía de la necesidad de esas medidas políticas. Ahora bien, aquí hay varias opciones. Un gobierno netamente liberal podría limitarse a usar el argumento pragmático acerca de la rentabilidad a medio plazo de la acogida masiva de migrantes. Pero con esto no basta si gran parte de la población nativa no entiende o comparte ese argumento, ni si quien lidera la política es un partido socialdemócrata con el marchamo «de izquierdas». En estos casos, especialmente en el segundo, hay que ir más allá del argumento pragmático. Tan lejos de este que casi empecemos a rozar la idea de justicia.

Interesa, en ese caso, convencer concienzudamente a la ciudadanía de (1) que las migraciones son un fenómeno político y económico provocado por la desigualdad económica y las guerras del que nosotros mismos, además, hemos sido parte mucho antes que juez; (2) que todos los seres humanos tienen el mismo derecho a vivir en paz y en un entorno seguro y digno; (3) que la condición humana está por encima de cualquier consideración nacional o defensa de privilegios económicos en nombre del presunto y discutible mérito consistente en haber nacido aquí o allí; (4) que la solidaridad no es caridad ni «echar una mano», sino reparación y reparto de los recursos que, en términos racionales, no tenemos el más mínimo derecho a considerar exclusivamente nuestros.

Más allá de ser (o no) cuestiones de principio, estas últimas consideraciones tiene, además, una ventaja práctica sobre el argumento que hemos llamado «pragmático» (y que quizás ya no lo parezca tanto): una mayor disminución de la desigualdad (y consecuentemente de la conflictividad) hará disminuir las migraciones forzosas, y una disminución de las migraciones forzosas hará un poco más insostenible el «dinamismo» con el que el capitalismo globalizado expulsa a la atmósfera social dosis cada vez más elevadas de esa misma desigualdad. ¿No es un circulo perfectamente virtuoso?

*Profesor de Filosofía.